José García Carranza

Cien años después de Chicuelo y Corchaíto

Balcón de Sol

25 de mayo 2025 - 03:09

Se cumplían ayer cien años de la faena de Chicuelo al toro Corchaíto, de Graciliano, en la plaza vieja de Madrid. Fue Corchaíto reservón en los primeros tercios. Chicuelo le hizo un quite por chicuelinas que puso la plaza a revientacalderas. Con la muleta, sin probaturas, el torero de la alameda cogió la izquierda y sin enmendar, en redondo, le ligó cuatro naturales seguidos eternos, inconmensurables, rematados con uno de pecho como nunca se había visto hasta entonces, para tras otros tres naturales ligados continuar con el mejor toreo sevillano: pases de la firma, molinetes, afarolados, trincherazos, con la derecha y con la izquierda, en una borrachera de toreo. Acompañaba Cagancho ese día a Chicuelo en el cartel, el gran torero gitano famoso por su irregularidad y sus grandes estocadas. La faena quedó en los anales de la plaza de Madrid y de la tauromaquia, con ella comenzó el toreo tal y como se entiende hoy en día.

Ayer Pablo Aguado, también en Madrid, toreó al natural como hace cien años lo hizo Chicuelo, como solo lo saben hacer los elegidos. Fue en el sexto de la tarde, de nombre curioso, un remiendo de Torrealta en una desastrosa corrida de Juan Pedro. Reservón de salida, apretó con clase en las dos varas que tomó. En la muleta resulto excepcional por el pitón izquierdo, no así con el derecho. Pablo se percató y, desde el principio, cogió la muleta con esta mano. Más allá de la segunda raya lo cita al natural con esa naturalidad que es la esencia del toreo, el cuerpo erguido dando el pecho, la pierna contraria cargando la suerte, la mano baja sin forzar, citando con la bamba de la muleta para con los vuelos llevar la embestida hasta atrás de la cadera dejando al toro colocado para el siguiente pase y, sin rectificar, con un leve giro de los talones, despacio, templado, continuar toreando al natural de manera natural. Así se torea, así toreaba al natural Chicuelo, Pepeluis o Pepín. Todos ellos crujían, en el balcón de la gloria, como crujió la plaza de Madrid entregada en las dos o tres series, el toreo bueno no necesita más, que el toro le permitió hacer a Pablo antes de matarlo, como Cagancho en sus grandes tardes, de una estocada hasta la bola de perfecta ejecución.

Poco más, y poco menos, tuvo la corrida. Descastados los toros de Juan Pedro, impidieron el lucimiento. Poco pudo hacer Juan Ortega en su lote salvo deleitarnos, una vez más, con el capote recibiendo a su primero. Tampoco pudo hacer nada Pablo con sus otros dos oponentes más allá de dejarnos destellos, sobre todo en el segundo, del mejor toreo de la escuela sevillana. Todo pasa a segundo plano, como muchas cosas de la feria, con el toreo al natural de Pablo que, como la faena de Corchaíto y Chicuelo, quedará para siempre en la memoria del aficionado.

Toreaba Pablo al natural en Madrid a la misma hora que en la iglesia de Santa Ana comenzaba la novena a la Virgen del Rocío que todos los años celebra en su honor la Hermandad de Triana, de la que Pablo y su familia son tan devotos. Me han contado que a esa hora la virgen chiquita, en su altar, sonrió de felicidad al enterarse que Pablo había toreado al natural, en Madrid, como solo lo saben hacer los ángeles. La misma sonrisa y la misma felicidad que tenían los aficionados, sevillanos y madrileños, que llenaron el coso venteño al salir de la plaza.

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