Análisis

José Ignacio Rufino

Vox: 'il Duce' nunca lo haría

Un vistazo al poliedro de dudosa coherencia de las 100 medidas de Vox descarta cualquier parecido con el fascismo históricoLas propuestas económicas de Vox son de corte liberal duro, o sea, nada fascistas

Según la Ley de Godwin, a medida que una discusión por internet se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno, o sea, es altamente probable si el hilo está formado por un buen número de opniones y réplicas. Sostiene Godwin que una discusión caduca cuando uno de los participantes menciona al nazismo: no da más de sí. Yo sugeriría a Godwin algo en lo que el asesor de la Fundación Wikimedia ya habrá reparado: si la conversación escrita por internet la mantienen participantes desconocidos entre sí, y más si llevan un apodo, la posibilidad de que se apele al Führer se eleva. Sobre todo como insulto, porque en redes e hilos de personas conocidas hay un mayor nivel de contención: entre desconocidos y francotiradores, saldría pronto Hitler y saldrían, más pronto que tarde, los muertos de unos y otros. También le diría a Godwin que su ley aplicada a un país llamado España puede conocer una variedad: cuando ya empieza alguien a llamar a otro fascista, apaga y vámonos. Y eso no sucederá muy tarde. Basta un leve intercambio de golpes para que afloren guantadas sin manos con sus correspondientes fascistas y risotadas sardónicas simbolizadas por largos jajajás.

El problema comunicativo que quiere ilustrar la Ley de Godwin es que la argumentación del hilo será sensata -se aducirán argumentos-hasta que la mala leche se filtre a las falanges. Y para leche mala, la de la España contemporánea, lo que suele cursar con un uso abusivo y erróneo de ciertas palabras. Ya digo, fascista es el arma arrojadiza más manoseada, de forma que se aplica por parte de la izquierda más cortita como la peor de las condiciones de otras personas. Por ejemplo, llamar retrógrados, antiabortistas, racistas, populistas, ultras o rancios a los promotores y muchos votantes de Vox puede ser muy atinado. Pero fascista, no. Sobre todo si echamos un vistazo a su programa económico: fascista y liberal no son propuestas políticas compatibles. Si algo no es el fascismo, es liberal en lo económico: la intervención total y autoritaria que conlleva el corpus ideológico que simboliza Mussolini también afecta a la actividad empresarial, a los precios de los bienes, a las relaciones de intercambio, a los impuestos (de los cuales, de forma directa o indirecta, un buen fascista de manual no será renuente). El fascismo también buscará construir un Estado de dimensión poderosa, con empresas públicas en los sectores estratégicos nacionales, en monopolio incluso; un Gran Hermano que vele por las cosas del país haciendo y deshaciendo a su criterio y por la fuerza si es necesario. Nada que ver con el programa económico de Vox.

Pongan todos esos rasgos genuinamente fascistas del revés, y voilà el programa económico de Vox. Un programa de dudosa coherencia y factibilidad, algo típico de quien sabe que no va a gobernar, que manda mensajes a distintos caladeros de votos: taurinos, cazadores, hastiados de la vanidad agresiva del independentismo catalán, altas rentas, bajas rentas sin esperanzas de buen empleo y asustadas en sus barrios, a los que acuden los inmigrantes que llegan con una mano delante y otra detrás. Tal heterogeneidad programática es propia de quien propone medidas simples para solucionar problemas complejos (ésta es una buena definición de populista, por cierto). En economía, sea como sea, Vox es liberal, neoliberal si quieren (adaptación radical del bello credo liberal de la Economía Clásica, pasado por el espesante 'neocon'). De sus 100 medidas para la España Viva destacan la radical reducción de los impuestos, la más radical aún reducción del gasto público y del sector público en la economía y el empleo y la privatización de las pensiones. Que venga el Duce y lo vea. Él nunca lo haría.

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