Análisis

carmen pérez

Universidad de Sevilla

Rompiendo cadenas

La rigidez no conduce a nada bueno. Menos aún en economía, donde cada actuación es conveniente para mejorar algunos aspectos, pero por lo general fastidiando otros. Hay que sopesar bien que el saldo final a largo plazo sea satisfactorio. Pasa con la política monetaria. La actuación del Banco Central Europeo ha estado encadenada a la consecución de su objetivo principal: mantener la estabilidad de los precios. El proceso establecido para alcanzarlo es asombroso por lo automático: plena autonomía, completos procedimientos de análisis, caja de herramientas disponible… sólo hay que apretar el botón en un sentido u otro dependiendo que la inflación suba o baje. Sin embargo, las cosas se han vuelto complicadas y la flexibilidad se impone.

El objetivo de inflación se marca de forma tajante en el Estatuto del BCE. También, por supuesto, debe perseguir otros -crecimiento económico, empleo, progreso social, etcétera-, pero siempre de forma subordinada. Su concreción fue posterior y así se estableció mantener la inflación -el Índice de Precios de Consumo armonizado, IAPC- en un nivel inferior, aunque próximo, al 2%, a medio plazo. También, la Reserva Federal, como prácticamente el resto de bancos centrales, consagró ese porcentaje, aunque, a la par, fijó con igual importancia el objetivo de la tasa de empleo.

Dos crisis después, este dogma de fe del 2% está cuestionándose. Recientemente, la Fed ha cambiado la estrategia permitiendo que la inflación lo sobrepase durante algún tiempo para perseguir con más ahínco el pleno empleo. No tenía otra. Se ha dado permiso para hacer lo que irremediablemente tiene que hacer si, uno, no quieren entorpecer la recuperación tras el Covid: resulta completamente necesario que la descomunal deuda -de Estados, empresas y población- sea sostenible y que además se gaste en abundancia; y dos, si no quiere que se produzca un cataclismo en el mundo financiero, acostumbrado a una liquidez a manta y a tasas por los suelos. Al BCE le pasa tres cuartos de lo mismo. Y también tendrá "revisada su estrategia" para septiembre.

Pero, ¿hasta qué nivel van a permitir que suba? y ¿por cuánto tiempo? El índice de gasto de consumo personal básico en EEUU -el indicador considerado más relevante allí- se ha elevado hasta el 3,1%, y en Europa, el IAPC de mayo alcanzó el 2,4%. De momento, la actitud generalizada es observar la inflación con mucho interés, pero -eso dicen- sin preocuparse. Tardarán en retirar los estímulos monetarios si los precios no se salen mucho de madre, asumiendo el riesgo de que se haya llegado a un punto de inflexión y que se descontrolen.

Las reflexiones que suscita esta situación son muchas: ¿fue correcto encadenarse en su día a un objetivo tan estricto?, ¿tendrían que haber combinado mejor un cocktail de objetivos? La rigidez se consideró virtuosa en su día para dotar de credibilidad a la actuación de los bancos centrales, pero ¿ha resultado conveniente y satisfactoria a largo plazo una intervención tan enorme y centralizada sobre una variable -los tipos de interés- sobre la que gira toda la economía? Un debate especialmente interesante en la Eurozona donde las posturas nacionales al respecto están tan enconadas.

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