Análisis

José Ignacio Rufino

Plumas flotando en un mundo bonito

La creencia de estar en posesión de la verdad convierte la actitud del agresor en la de una víctimaCon gran habilidad, los acusados convierten el Tribunal Supremo en un tablero de ajedrez

Hay una monumental canción de Radiohead de desoladora letra, en la que el Creep (título del tema: desgraciado, pringao), con patético platonismo, le dice a su amada: "Flotas como una pluma en tu mundo hermoso". Se me vino a la cabeza al ver la actitud de algunos acusados y testigos en el juicio por el 1-O en Cataluña ante el Tribunal Supremo: se siente uno un bicho raro ante su aire de felicidad, flotando los imputados como plumas ingrávidas, muy lejos de sentirse responsables de delito alguno. Vivir en tu propia burbuja, en tu bella realidad paralela es un blindaje moral de primer orden (lo cual cabe aplicar a cualquier creencia con base en la fe, en este caso fe nacionalista). Da igual que las gafas con que ves e interpretas niegue la evidencia: que una declaración unilateral de independencia tiene de democrática lo mismo que un golpe de Estado ejecutado desde el propio centro del Poder. Que es agresión despreciar desde el Gobierno regional y de plano cualquier ley que no te convenga, y con ello conculcar los derechos de al menos la mitad de la población que vive en un territorio que dices representar por un mandato democrático. Y por todo un conglomerado de razones que malamente ocultan la base fiscal y dineraria del asunto, avivada con el fuelle de la ira callejera y antes cocinada a fuego lento durante al menos una generación criada en el rechazo a España, en el colegio y desde la infancia.

El foco umbilical Yo, Mí, Mío, lo único que escucho, decía otra canción -ésta de los Beatles- convierte un juicio contra unos delitos de rebelión, violencia, acoso a la autoridad e intento de ruptura de un Estado en una especie de partida de ajedrez contra ese Estado. De tú a tú. Y no ya de un parcial o regional a otro total o estatal, sino de un que imputa a un que es imputado. Digan Peter Gabriel y Noam Chomski -ponga un lejano y ajeno guiri mediático en su causa- lo que quieran decir desde sus respectivos mundos hermosos. O los de la más reactiva izquierda española, que malamente disimula que si se trata de un enemigo de España, es nuestro aliado natural. Porque España sigue oliendo a fascista, y no digamos ahora, con ese Vox, un monstruo de cabecera que tanto sirve para reafirmarse a algunos que no superan un pasado que, incluso por edad, desconocen. Pero no paran de recordar platónicamente. Sin duda, hay partido. Pero, sin reglas, la cancha será un lodazal en el que ganarán los tramposos vestidos de modernidad y convencidos de ser víctimas en vez de victimarios de todo un país. Que juzgue el Supremo.

En este envite le va mucho a España, y por supuesto a Cataluña, y disculpen la obviedad. Les va algo común: una ruptura social, económica y lo dicho, unilateral, sin precedentes cercanos, que una parte (el independentismo) dentro de una parte (Cataluña) quiere imponer a un todo, un todo histórico y soberano, de los más antiguos e identificables en el planeta como Nación y Estado (con permiso de los historiadores de cabecera de la causa, que llegan a adjudicar pasaporte catalán a Cervantes, Santa Teresa o Colón). Sucede que los soldados del independentismo catalán tienen el carburante extra de la fe, la que no tiene España, un país del que por más o menos explicables razones reniega una parte no despreciable de sus habitantes. Un Estado cuyos gobernantes no supieron dar la batalla con una negociación fiscal que cauterizara la revuelta, que no han sabido defender nuestra calidad democrática en el exterior con suficiente contundencia ante la vergonzosa actitud judicial de Alemania y Bélgica, también en su bonito mundo, de primera, y ha llegado a pactar una moción de censura con quienes te dinamitarían. Y lo sabías.

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