Que no hay pena que dure cien años, no sé si eso lo dijo alguien antes o es que yo lo estoy usando a mi manera, que también puede ser, que ya saben ustedes que con las palabras me lío y relío más de lo que debiera. La cosa es que después de una rachilla mala por fin nuestros equipos, los dos, el de fútbol y el de futsal, han ganado, y todos hemos respirado más aliviados, más tranquilos.

Y ya sabe usted cómo va esto, que si repiten victoria este fin de semana, pues eso, que se acabó el resfriado y de hablar de cambiar de entrenador, y hasta nos volverán a parecer los mejores del mundo, porque el fútbol y, sobre todo, los aficionados no tenemos memoria. Pero eso no es cosa nuestra, eso pasa en todos lados, en todos, aquí y en el Madrid o en el Betis o en el Valencia, que cinco o seis partidos sin ganar y todos miramos al banquillo, como si el entrenador se pusiera el pantalón corto y saltara al césped. Y siempre, porque siempre, respondemos con lo mismo: es que es más fácil echar a uno que a once, que aunque se repita tanto, la verdad es que no hay mayor verdad, tal cual.

El sábado fuimos Cayetano, Soraya y yo a Vista Alegre a ver ganar al Córdoba Futsal, y vaya rato bueno que echamos. Yo me quedé con la gana de darle un abrazo a José García Román, el presidente, que vaya tío con más cabeza y vaya cordobés de pies a cabeza, como pocos. Y además del barrio, que vive por Santa Marina, muy cerca también de otro gran cordobés que no para de hacer cosas por el deporte de Córdoba, Salvador Alba, el de Gestión y Calor, que también es para comérselo.

Para comérselas por cubos, y sin agua y sin nada, las torrijas que el otro día preparó Soraya, vaya cosa buena, pero buena. Yo no sé las que me comí, por lo menos cinco y puede que me quede corto, y Cayetano otras tantas, y porque se acabaron. Soraya no es que sea muy capillitas, como dice la gente, pero cuando empieza la Cuaresma le gusta cumplir con las tradiciones y a mí me parece muy bien, porque en mi casa también lo hacíamos cuando era un nene. Y ya se hace menos, pero yo recuerdo cuando los vecinos de San Agustín y de otros barrios de Córdoba encalaban sus casas cuando llegaba este tiempo, para que estuviesen relucientes, o cómo se llevaban las bandejas con la masa de las magdalenas o de los bizcochos a las panaderías con hornos de leña. Que luego olían las calles a maravilla, una cosa loca. En fin, que me despido, con la boca echa agua y la memoria en la nariz.

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