Análisis

Gumersindo Ruiz

Madeleine Albright, un feminismo asertivo

Durante las primarias demócratas que enfrentaron a Hillary Clinton con Bernie Saunders, destacó en los medios la frase de Albright al presentar a Hillary Clinton en un evento en New Hampshire: "Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan entre sí", que ya había empleado antes sobre la necesidad de que las mujeres se apoyen en las dificultades laborales y sociales, pero que en ese contexto se interpretó como un reproche a las jóvenes que frente a Clinton apoyaban al candidato -más a la izquierda- Saunders.

Me envía estas reflexiones, con ocasión de la muerte de Madeleine Albright, mi hija Clara, señalando, junto con esta frase sonora, que sus nietas, después de ver cómo Condoleezza Rice y Hilary Clinton ocupaban el puesto tan relevante de la Secretaría de Estado, pensaban que no era extraño que se nombrara a una mujer, pero Albright fue la primera, y de ahí su percepción de que en el feminismo hay que estar atentas, seguir avanzando, afianzando lo conseguido, y ser conscientes de que se puede retroceder. Este es también el espíritu de su libro Fascismo. Una advertencia (dedica un capítulo especial a Putin. "Putin -escribió al conocerlo- es pequeño, pálido, tan frío que es casi reptiliano"), donde Albright busca una definición del fascismo como un sistema de pensamiento, despojado de ideología, una disposición a hacer cualquier cosa para conseguir un fin, construyendo un relato que una a grupos para que se sientan agraviados y buscar un culpable: nosotros frente a ellos.

Uno de nuestros más peculiares premios Nobel de Economía fue Thomas Schelling, que dedicó su vida a analizar conflictos sociales, laborales, y la capacidad del ser humano para hacer daño, sobre todo en la guerra: "Uno de los principios lamentables -decía- de la productividad económica es que resulta más fácil invertir para destruir que para crear, y ese principio es hoy el fundamento de nuestras peores aprensiones". Las ideas de Schelling siempre han estado presentes en cualquier debate sobre política exterior norteamericana, y Madeleine Albright con Bill Clinton como presidente, aunque vivió una época en que la URSS se había descompuesto y China estaba en transformación, tuvo conflictos serios en Haití, Somalia, Palestina, y sobre todo Kosovo y el bombardeo de Serbia. En su segundo mandato intentó crear una Comunidad de Democracias, como concreción de su política de impulsar democracias inclusivas y tolerantes para evitar las guerras y el terrorismo; tras ella, la idea morfaría en el principio más cercano a Schelling de que junto a la democracia, el poder de hacer daño da poder para negociar, conocido como diplomacia de la violencia.

La vida de Madeleine Albright es tremenda y fascinante, una familia que huye del nazismo y el comunismo soviético, muriendo algunos en campos de concentración; con una formación excepcional, su carrera profesional realmente despega tras su maternidad y divorcio. Recordaba cómo su padre no dejaba de sorprenderse de la forma despreocupada en que los norteamericanos vivían la libertad, tan, tan libres, que podrían dar la democracia por sentada; y el no dar nada por sentado es lo que precisamente aportó ella al movimiento feminista.

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