
Rafael Salgueiro
El Plan de Defensa o la diferencia entre persuadir y contentar
Visto y Oído
La muerte del barbado y bonachón concursante de Saber y ganar y¡Boom! acentúa su dolor por lo imprevisto, tomando por sorpresa a sus compañeros en el plató. Ha sido un fallecimiento imprevisible, de un buen tipo (sólo hacía falta verle un rato para comprobarlo) que se hizo querer por su retranca supervivente durante tantas tardes entre Jordi Hurtado y un Juanra Bonet al que por primera vez, lloroso, le hemos visto derrotado de su propia compostura de señor tan despistado como irónico. Si se le agrega el tópico de que José Pinto "parecía de nuestra familia" en este caso no es un cliché manido.
El ganadero salmantino era uno de esos paisanos reconocibles, algo así como un vecino de al lado, un compañero de café matinal, al que nunca las cámaras, ni la repercusión de los programas, ni la costumbre de la victoria con la que se han paseado los Lobos por ¡Boom! alteró la personalildad de un hombre de pueblo, espontáneo, afable. Así de sincero. De pueblo con lo que significa esfuerzo imperturbable y un poso de superación que marca el carácter.
José Pinto forma parte de esos concursantes que se convierten en ilustres admirables, reconocidos por sus méritos. Queridos por un talento indiscutible. En una televisión de fugacidades y simplismos donde ya no aparecen escritores, artistas plásticos o científicos, los concursantes (de Saber y ganar, Pasapalabra, ¡Boom!) ocupan el lugar de privilegio en el estrado de la consideración popular.
En las distinciones del 28 de febrero algunos espectadores, en el teatro y la pantalla, pudieron descubrir a Domi del Postigo. Incluso sorprenderse con él por esos ademanes cansinos. Domi fue el heredero más contumaz de Jesús Hermida, del que fue calcando modos y actitudes cuando coincidió con él en A-3. Fue tal la devoción que se convirtió en caricatura del onubense, lo que se constató en el acto de las medallas, donde andaba desatado. Una muestra de lo difícil que en algunas personas resulta sujetar la discreción y la naturalidad de las que hacía gala sin querer el lobo Pinto.
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