Lo que muchos compararon con una gripe en sus comienzos -maldita ignorancia- roza ya los casi 25.000 muertos. A pesar de lo terrible de las cifras, parece que el coronavirus va dando algo de tregua y que el número de altas va superando al de los nuevos contagios y que las cifras de fallecidos se estanca o se ralentiza. Esos daros y un confinamiento de casi 50 días invitan a comenzar el tan bien explicado proceso de desescalada (que suena a etapa de la vuelta ciclista). Hemos sido buenos y nos merecemos pisar la calle como premio. Hemos sido cautos y nos merecemos volver a una nueva normalidad. Aunque no sean nuestra bondad y cautela las que promuevan el desconfinamiento. De nuevo las cifras, en este caso las económicas (alarmantemente espeluznantes), son las que invitan a iniciar ese proceso de desescalada.

Parece que bares, peluquerías y gimnasios abrirán de nuevo sus puertas. Aunque una vez abiertas no vuelven a funcionar de la forma en la que habitualmente lo hacían. Ni barras hasta los topes ni revistas manoseadas ni clases de bodypum pegados los unos a los otros. Un drama. Para los propietarios y para los usuarios, sobre todo para estos últimos, que no han parado de quejarse desde que el primer iluminado hablase del desconfinamiento. Para los primeros, la vuelta a la normalidad es más que necesaria. Hay bocas a las que alimentar y facturas que pagar. Para los segundos, la necesidad de mantener nutridos los egos y dar de comer a la frivolidad los lleva a exigir espacios en los que arreglar los estropicios capilares que se han hecho durante la cuarentena y lugares en los que seguir manteniendo en forma todos los músculos de sus flácidas anatomías. Como son muchos los indignados por este motivo, los telediarios empiezan a hacerse eco de este tipo de informaciones, relegando a un segundo plano las cifras de muertos, las colas en el Economato o la soledad de nuestros ancianos. Puede que la memoria sea frágil, pero la rapidez con la que la frivolidad borra los recuerdos más recientes resulta escalofriante.

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