La gestión económica del Gobierno ha entrado en una dinámica perversa de la que no podrá salir sin un brusco cambio de rumbo. No se trata únicamente de errores tácticos o de planteamiento, como la excesiva y obsesiva intervención vía impuestos y subvenciones. También hay errores de naturaleza estrictamente técnica, pero para corregir el rumbo, antes hay que reconocer la necesidad y tener la voluntad de hacerlo.

Cuando a finales del pasado verano el INE admitió que sus previsiones de crecimiento estaban infladas y le secundaron el resto de instituciones y analistas, el Gobierno insistió en permanecer en el error. Un duro golpe porque España pasaba de ser la economía europea que mejor y más rápidamente iba a recuperase, a la que más se iba a retrasar, con sus correspondientes implicaciones sobre recaudación, gasto y déficit público. En este escenario de diagnóstico equivocado, el Gobierno elaboró su tratamiento de choque para, no sólo recuperarnos, sino incluso desplazarnos a la frontera de lo digital y de la sostenibilidad social y ambiental. Pero, ¿cómo sacar adelante tan ambicioso planteamiento con un diagnóstico equivocado?

Un error en la identificación de la enfermedad puede llevar tratamientos de consecuencias fatales para el paciente, pero desde un punto de vista ético todavía es peor el diagnóstico interesado que da lugar a recetas inapropiadas. Culpar a Putin de todos los males que afectan al país en estos momentos suena a chapuza política que persigue desviar la atención de las causas reales de los problemas, de la misma forma que los beneficios de la bonificación en 20 céntimos del precio de la gasolina se esfumarán en unos días (la gasolina subió 20 céntimos en marzo y el gasoil 30). La invasión de Ucrania también sirve de excusa, aunque sin duda influye, para topar el precio del gas y resolver el problema del encarecimiento de la electricidad, pese a que pretender reprimir a los mercados imponiendo precios máximos y mínimos no parece la mejor opción cuando las fronteras son muy permeables, como es el caso.

La inflación es otro ejemplo de error de diagnóstico. El Gobierno acaba de anunciar a través del Tesoro (Spanish Treasury Chart Pack; March, 2022) su nueva previsión de 6,6% para el IPC en 2022, corrigiendo la anterior del 1,3% en su Informe de octubre de Estabilidad Presupuestaria. Por entonces la inflación ya estaba por encima del 5% y el culpable era el precio de la energía, pero el gobierno confiaba en su destreza para doblegarlo y persistió en sus errores (de diagnóstico). Los médicos saben que incluso cuando el tratamiento de un problema concreto es el adecuado, hay que asegurarse de que no habrá efectos secundarios que puedan afectar a otras partes del organismo.

Ajustar el crecimiento de las pensiones al IPC fue bien recibido porque asegura el poder adquisitivo de los pensionistas, pero el dato de inflación de marzo se aproxima 10% y probablemente seguirá aumentando, lo que garantiza importantes tensiones financieras para finalizar el año. Se hicieron mal los cálculos en un nuevo error de diagnóstico con graves repercusiones, cuya responsabilidad esperemos no se intente eludir atribuyéndola también a Putin.

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