Análisis

Tacho Rufino

Elogio de angela merkel

La canciller alemana lleva quince años en su cargo y durante todo este tiempo ha logrado conquistar a propios y extrañosAlemania sí que pasa a la verdadera fase posterior: la del medio ambiente

Algunos votantes imaginaron que España podría imitar la gran coalición a la alemana, y por ello votaron, con poca devoción, a Ciudadanos en las últimas elecciones (las requetelecciones, recuerden), para que formara Gobierno con un PSOE que resultaría débil vencedor, y así el sentido común nos evitaría un Ejecutivo de retales diversos, dispersos y hasta corrosivos (si consideramos que la misión primigenia del independentismo catalán y vasco es corroer al Estado). Eso imaginaron, pero tal ejercicio resultó ser no ya imaginación, sino fantasía; como fantasear es imaginar cómo nos hubiera ido con un Gobierno así, sin aliados anticonstitucionalistas (como lo era el propio Podemos hasta hace tres cuartos de hora), y cómo hubiéramos afrontado la mortífera y aun inquietante epidemia de coronavirus con tal acuerdo, en un país de marcada impronta cainita. Sí sabemos que en Alemania Angela Merkel dirige un Gabinete en el que su partido, conservador, gobierna desde hace años al alimón los socialdemócratas, su principal rival en las urnas. ¿Están locos estos germanos? No, es que son de otra pasta, y no hablamos de su renta per cápita, que también: en la materia de la que están hechos los alemanes, Alemania es lo primero, y sin aspavientos patrioteros ni exclusividades frentistas a la hora de ostentar -detentar, más bien-el patriotismo. Un país que lleva, ojo al dato, cuatro gobiernos de coalición sucesivos desde 2005. Todos ellos con Merkel de presidenta. Con su estilo eficaz y moderado incluso cuando ha sufrido episodios de espasmos físicos. Una líder que el feminismo debería elevar a la categoría de referente, si no tótem. No pocos de quienes la tuvimos como símbolo castigador de la troika hemos pasado a admirarla. Rectificar es de sabios; no hacerlo cuando toca es de memos.

No les ha ido nada mal a los alemanes. Tampoco en la gestión de la crisis epidémica. Supieron aprovechar la experiencia devastadora de Italia y, después, de España. Funcionó de nuevo la transparencia ajena a todo paternalismo de la que ha hecho gala el Ejecutivo tradicionalmente. Cuando muchos todavía estábamos enredados en disquisiciones sobre galgos y podencos, o directamente negando que el desastre estaba servido, la kanzlrein lo dijo alto y claro: "El 70% de la población resultará contagiada". De ahí, a otro rasgo característico y hasta caracterial de los germanos: la obediencia a la autoridad -si quieren, disciplina- que unida al valor superior de lo común o lo colectivo -o sea, Alemania- componen una bomba letal contra la adversidad sobrevenida. Lo entendieron, se lo creyeron, lo interiorizaron (mientras, aquí cavábamos las trincheras, en especial muchos ciudadanos encabritados en la red social). Los alemanes están además más acostumbrados que, por ejemplo, nosotros a vivir el hogar, y menos a alternar y tocarse. Añádanle a este cóctel un sistema de salud tan preventivo como reactivo, que no ha sido vapuleado, como el nuestro, por los recortes que se nos impusieron en "la otra crisis", la de 2008, a cambio de evitarnos con un fenomenal préstamo la bancarrota nacional. Vergüenza eterna a la corrupción política en las extintas cajas de ahorro, estimulada por la vergonzante Ley del Suelo de aquel Aznar creído estadista de época.

Ahora, Merkel esgrime de nuevo la bandera de la vanguardia estratégica mundial, y como verdadera estadista -busquen las enésimas diferencias con el citado ex presidente español-, advierte de que el verdadero reto y obligación tras derrotar al Covid-19 es la lucha contra el cambio climático, asunto crucial de su programa de su cuarto gobierno, por otra parte. (¿dónde están aquellos negacionistas jocosos en este tema, vital como ninguno?). Eso sí que es pasar a la siguiente fase.

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