Cuerpo no tiene quien le escriba

El ministro de Economía bromea con el hecho de que nadie le pregunte nada

Los ministros de Economía no son lo que eran, y hablamos de los de la gran economía, y no los de Hacienda, que es un ministerio que es grande para el país a corto plazo, porque un aquí y allá del IVA, del tipo marginal del IRPF que indefectiblemente castiga las clases medias, del de la gasolina o del de Sociedades te arreglan o descuajaringan un Presupuesto General del Estado (la inflación, gran aliada; la deuda, un monstruo silente). Un ministro de Economía entiende sobre asuntos a largo plazo, asuntos tan cimentales como poco visibles, los llamados “estructurales”: promoción de la inversión y la competitividad, desarrollo industrial y comercial, directrices, políticas, fomento. El gobernante esgrimirá los datos macroeconómicos como logros o retos: un punto arriba o abajo de la tasa de paro, la subida de los salarios o del poder adquisitivo, la propia inflación, el PIB, indicador nuclear. Pero esos temas parecen no importarnos. ¿Y le importan las grandes cifras al político español contemporáneo, más allá de la cosmética, en una atmósfera viciada de ineficacias como la aritmética para mantenerse en el poder, los independentismos hechos reyes de la noticia, los casos de posible corrupción de propios y afectos, o las barrocas comisiones de investigación parlamentarias, que son cuadriláteros para peleas de perros? (Los perros suelen pelearse en falsete, inútilmente).

Hagamos memoria, y veamos cómo la visibilidad de un titular de la cartera de Economía cobró la misma fuerza tras la dictadura que ha acabado por perder en la trivialidad vigente. El ministro español de Economía-Economía tuvo la cara de Fuentes Quintana, Abril Martorell, Boyer, Solchaga, Solbes, Rato, Salgado, Guindos, Escolano (?), Calviño y, ahora, Cuerpo. ¿Le pone usted cara a ese Cuerpo? Pues Carlos Cuerpo, titular de Economía, bromeaba el otro día: “A mí nadie me pregunta nada”. ¡Qué ironía! Resulta que nuestra economía va bien, o al menos no va mal. La pregunta subsiguiente es: ¿es la acción gubernamental, tan enredada en naderías, la que mejora la prosperidad de las empresas y los individuos, o sucede que, por suerte, España sigue funcionando a pesar de ella, gracias a las empresas, el trabajo de la gente, la gestión familiar y la estructura técnica del sector público? El asunto es completamente esencial, filosófico: ¿es suficiente con que la partitocracia y el insoportable continuum de elecciones y sus mercadeos previos y posteriores no contaminen el curso natural de las cosas económicas, sus flujos, reflujos y corrientes subterráneas? ¿No hacen los sucesivos directores generales, sus subordinados de confianza y asesores, sino disturbar los organigramas funcionariales? ¿No se trata de crear buen empleo, de invertir en educación y de dar una sanidad decente?

Carlos Cuerpo tiene toda la razón: la economía nos importa poco. De hecho, él es invisible, según constata con humor. No es invisible su compañera de Hacienda, la andaluza María Jesús Montero, generala de Hacienda, cuya palanca tributaria es inmediata, aunque ella –nadie es ubicuo ni omnipotente– se debe a los mítines por venir, a los trajines de cupo catalán y al insufrible chantaje de las minorías de terruño. Pero la Agencia Tributaria funciona, da igual el ministro. Nuestra paisana bien sabe del déficit financiero andaluz y del principio de redistribución fiscal, fue consejera nuestra del ramo. Ahora viene lo que viene, elecciones convocadas al interés del partido convocante: arengas teatrales, planes inmediatos de los jefes de comunicación. ¿Para qué tenemos ministros? ¿En qué trabajan los mandamases? ¿A quién sirven? Son demasiadas preguntas, desde luego. Ninguna es para el ministro de Economía, que igual trabaja en su despacho. Un Cuerpo invisible. No tiene quien le pregunte.

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