Cateado en disrupciones

A Tinder se le atisbaba futuro; el ‘boom’ espacial, sin embargo, mueve al pasmo

No debe uno avergonzarse por haber dudado de la viabilidad de productos o sectores que resultaron tener gran éxito, incluso si uno da clases de herramientas de planificación estratégica (los profesores de pintura barroca no son Velázquez; ni los de Física Cuántica, Einstein). La visión estratégica de la empresa –o de la propia vida: quiénes somos y a dónde vamos– no es un mero laboratorio donde se analizan y predicen las tendencias del mercado. Los grandes visionarios son gente alejada de la normalidad. Los raros –o sea, los escasos; puede que los valiosos– son excéntricos y extemporáneos. Gente lejos del centro en el que habitan sus pares, y que resultaron ser adelantados a su tiempo: Jesús, Leonardo, Picasso, Cruyff y algunos más, lejanos de la gente ubicada alrededor de la media estadística; talentos que cambiaron radicalmente los paradigmas en un contexto vigente.

Quien suscribe ha dudado seriamente de la viabilidad de productos y marcas que a la postre tuvieron gran éxito, como Aquarius y Red Bull, por mencionar algunas iniciativas innovadoras que han arrasado, pero podría mencionar a otras de sectores variopintos que también acabaron siendo el estándar y la líder entre sus competidoras y para sus clientes; a veces clientes insospechados. ¿Quién le iba a usted a decir que su sobrina o su cuñada iban a ligar a diario en una plataforma de contactos, con lo empollona que es ella, y lo que ha pillado él en la calle? Por cierto: a las páginas de contactos sí les vi futuro. Y es que el amor no tiene enmienda. Como los individuos parecidos se congregan fácilmente, la labor de segmentación de dichas páginas de amoríos hace un trabajo de mayor calidad que un encuentro fortuito por la noche, o que una conexión de dos extraños en un tren o incluso que una fiesta de amigos o de antiguos alumnos del insti o la facu (y esto último ya sí se parece a Tinder en el alma del algortimo: arrima a los que tienen características comunes, como la educación, la edad o ciertos gustos).

Ahora, una renovada fuente de negocio me mueve a la perplejidad. Pero los números –que asustan– me hacen sospechar que no me entero de toda la jugada. Se trata de lo que se da en llamar sector New Space, el negocio espacial, el del boom de la conquista del espacio, que, aunque algo ensombrecido por el prodigioso cíclope de la IA, moviliza a las grandes potencias, y también a algunas que no lo son, pero que pueden poner satélites en órbita moviendo apenas un meñique presupuestario. Concita a compañías de enorme valor en el mercado bursátil y corporativo, aunque su valor es de promisión: de momento venden poco comparado con lo que invierten; pero el capital cree a hierro en ellas: Space X (Elon Musk), Blue Origin (Bezos), Virgin Galactic (Branson). Y, al dato: la industria New Space movió casi 500.000 millones de dólares en 2021, bastante más que los PGE de España. Decenas de miles de satélites orbitan por el espacio, y la chatarra creciente que dejan va a velocidades de vértigo, a pique de toparse con otra chatarra o satélite despistado, y desparramarse fragmentariamente alrededor de la Tierra, y todo ello infinitesimalmente: qué inquietante metáfora. La industria militar tiene sus ojos ahí, y sus bolsillos. Algunos turistas de la misma raza de esa que sube en cordada y en pandilla al Everest pagan ya fortunas por darse un garbeo por la nada. La especie humana ¿no tiene remedio? Tan es así que muchos creyentes en estas aventuras –quizá poseen un coche de 15 años– nos hacen acordarnos de los incólumes creyentes en las bondades del mercado libertario. Qué de bueno tiene para el planeta y sus habitantes esta búsqueda del tesoro... Seguiremos indagando sobre ello. Porque ya digo: yo no me he enterado casi nunca de las disrupciones por venir.

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