Hasta que el llamado, con justicia, Superdépor sorprendía por los campos noventeros con sus fichajes brasileños, su entrenador, Arsenio Iglesias, era más bien un héroe semianónimo de los partidos de la moviola. Había sido hasta entonces un entrenador de cromos y una fotografía de rictus serio recortada en el Superdinámico. Había sido durante décadas un pelotero artesanal y después un míster de banquillos de almohadillas. Discreto, esforzándose con los recursos limitados de los clubes de la periferia

El fallecido entrenador gallego llevó al Hércules de Alicante a sus mejores clasificaciones cuando Estudio Estadio, que ha cumplido 50 años, vivía su época de esplendor, con el árbitro Ortiz de Mendíbil dictando sentencia en las jugadas polémicas. El primer VAR, en diferido y con retardo. Juicios no vinculantes pero que se convertían en multa de prestigio ante la audiencia de toda España.

Arsenio Iglesias era uno de esos entrenadores fajados en los autobuses con jugadores de briega y furia. Como García Traid, Joseíto, García-Verdugo o Mariano Moreno. El legado de Helenio Herrera y Miguel Muñoz. Con el Deportivo de la Coruña su entrenador de cabecera lo ascendió de Segunda B a Segunda y de Segunda a Primera. Y aquella liga que todos recordamos y admiramos, la del penalti de Djukic, la perdieron por infortunio. Fue por entonces cuando Arsenio, que vestía el chándal como el mono de una fábrica, aparecía en los informativos y sus ruedas de prensa y declaraciones eran tenidas en cuenta. El Deportivo se convirtió en uno de los grandes en los tiempos de expansión televisiva. Un Real Madrid con muchos problemas le vino grande. Arsenio era fútbol y corazón. El corazón del fútbol.

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