El vaquero, los gitanos y el Vacas

Gelb y uno de sus acompañantes, el pasado jueves.
Gelb y uno de sus acompañantes, el pasado jueves.

Howe Gelb, voz, guitarra y piano; Thoger Lund, contrabajo y voz; Fernando Vacas, guitarra, voz y percusiones; Lin Cortés, voz y guitarra; Juan Fernández 'Panky', guitarra y voz; Aíl Fernández, cajón, batería y voz. Fecha: jueves 2 de febrero. Lugar: Teatro Góngora. Tres cuartos de entrada.

Se recuesta el vaquero a la sombra de un árbol mientras las reses pastan en calma. Agarra su guitarra y empieza a cantar con voz profunda envolviendo la escena en cierto bucolismo. De improviso, las cabezas de ganado montan una estampida y el polvo no deja ver el sol. El vaquero, lazo en mano, se impone y acaba con la fiesta. Todo vuelve a la calma. Se oye silbar una canción.

He de reconocer que este personaje grandullón y talentoso llamado Howe Gelb está para mí lleno de enigmas. Esa conversión andaluza, ese flirteo flamenco, la hipnosis de Raimundo Amador, ese callejear con el Panki y el Vacas, la forma ciega en que ha dejado su leyenda en terceras manos lejos de casa, su desdoble de personalidad sonora según esté o no con los gitanos…, son para mí intrigantes cuestiones que creía podrían resolverse viéndole en la cercanía y solemnidad del Teatro Góngora. Pues no. Es más, tras asistir a su concierto del jueves se ahondan más las heridas y se inflaman los interrogantes. Porque junto a la impoluta e imponente presencia del yanqui cantando sus canciones, con piano, con guitarra, seguido del contrabajo, está luego la otra mitad del asunto, más liviana y festera, difícil de atar en corto, que resulta de la presencia de la Band of Gypsies comandada por el menos gitano, Fernando Vacas.

Tanto la interpretación de los temas de su disco Alegrías como la de todos aquellos que aparecen tocados por el deje flamenco tuvieron a mi juicio la frágil apariencia de parecer en constante riesgo de desmorone. Es una sensación que se entremezcla con la por otro lado atrayente mezcolanza que resulta del invento, pero que no deja de ser perturbadora. Esa inestabilidad transpira la impresión de estar en constante improvisación; curiosamente no dinamita el show, que el público aplaude convencido, pero se convierte en un fantasma desazonador que va y viene a su antojo. Y ahora entenderán mejor mi evocación westerniana del comienzo. Howe va echando lazos a la banda y los va devolviendo a la cordura cada vez que alguno de ellos parece desbandarse, por exceso o por defecto. Los vigila, parece saber sus virtudes, pero también sus defectos, y no quiere que una cojera imprevista detenga la marcha de toda la caravana. En medio de este sarao se suceden los toques callejero-flamencos del Panki, alejados de la ortodoxia, que casan a la perfección con la esencia rockera autodidacta de Howe, convirtiéndose en una de las sensaciones más apetecibles del concierto.

Antes del rodeo había irrumpido en el escenario un telonero (Onemanband) que se divirtió disparando sin contemplaciones al público una mini colección de temas que, en clave de hombre orquesta, hicieron sangre en el patio de butacas. Guitarra distorsionada hendrixiana y voz atormentada, con guiños evidentes a los postreros años de la década de los 60 del pasado siglo y regocijo de los que reconocieron tintes de la Creedence y sus contemporáneos por entre los rayos y truenos de su corto pero intenso repertorio.

stats