Túnel 56 | Crítica

Al final del túnel

Un momento de la representación de 'Túnel 56'.

Un momento de la representación de 'Túnel 56'. / Lolo Agredano

Nueva jornada de resistencia en la que el IMAE adapta su programación para salvar las restricciones y permitir que el público acuda al teatro. Esta vez ha sido de la mano de Scena 13 con Túnel 56, escrita por Juan Castilla.

La historia nos transporta a un escenario postapocalíptico, donde la población sufre la crudeza de la guerra. Mientras se prolonga la contienda miles de personas optan por refugiarse en el subsuelo bajo una maraña de túneles de metro abandonados y Pavel, miliciano desertor de unos de los bandos, ocupa el de la línea número 56.

Allí pasa su existencia en soledad hasta que inesperadamente recibe la visita de Marc, un hombre herido por los francotiradores que disparan a todo el que transita por las calles. El recelo inicial de Pavel al ver que sus recursos pueden mermarse poco a poco se irá diluyendo.

Anfitrión y huésped comenzarán a tener una relación tipo Lemmon–Matthau en La extraña pareja, pero sin apartamento con vistas y con la supervivencia provocada por el horror como telón de fondo. Juntos recorrerán un camino por este túnel que parece no llevar a ninguna parte a sus protagonistas.

Castilla confecciona este relato tan ficticio como probable con un lenguaje directo que combina trazos de drama y comedia de forma inteligente. Unido a Esteban Jiménez se sube también al carro de interpretarlo. La pareja desarrolla el trabajo sobre escena con la gran naturalidad que atesoran gracias a su extensa trayectoria profesional. Ambos actores sostienen la atención del público asistente que, con su aplauso, reconoció el esfuerzo empleado al finalizar la representación.

Como dice su autor, Túnel 56 es un alegato contra la guerra en la que toda persona participa (ya sea soldado o civil) y donde todos perdemos. Así ha sido siempre hasta ahora y no, no aprendemos.

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