El topo
Gary Oldman llega a los cines españolas en la piel del famoso agente creado por John Le Carré


John le Carré forma parte de esta irrepetible generación de autores británicos que ha elevado los géneros populares a cotas de gran calidad. Como Graham Greene o Ian Fleming, fue sacristán antes que fraile. Formó parte de los servicios secretos de su país, y de ahí ha sacado su inspiración para sus novelas. Con el tiempo, sus intereses como escritor se han diversificado, y ha hablado sobre problemas como los de la industria farmacéutica (El jardinero fiel), el conflicto árabe-israelí (La chica del tambor) o los problemas centroamericanos (El sastre de Panamá). Pero muchos siguen prefiriendo su primera época, donde hacía thrillers de espionaje, protagonizados por su emblemático personaje George Smiley. Al contrario de Fleming, creador del glamuroso James Bond, los espías de Le Carré son funcionarios aburridos, devorados por las rencillas como cualquier departamento laboral y donde la ambigüedad prima, ya que a veces no se tiene claro quien es el bueno y quien es el malo y si las subterráneas batallas de la Guerra Fría tienen sentido.
En 1974 le Carré publicó uno de sus mejores libros, El topo, escrito al socaire del escándalo del llamado Círculo de Cambridge. Estos eran un grupo de altos ejecutivos del espionaje británico, liderados por el legendario Kim Philby, que en realidad estuvieron décadas trabajando para los soviéticos, pasándoles secretos de lo más sensible. De esto trataba la novela, con Smiley intentando desenmascarar a un topo que podía ser su compañero de escritorio y echando un pulso -uno más- al circo de Moscú, que es como llamaban al KGB. Puede que los lectores más talluditos recuerden la excelente miniserie de 1979 protagonizada por el gran Alec Guinness, que en España se pasó algo más tarde. A pesar de tan ilustre precedente, hoy se estrena como alternativa adulta al empalago propio de la cartelera en estas fechas la versión de El topo que protagoniza Gary Oldman, que vuelve a encontrar un papel protagonista tras años de cierta sequía profesional.
Esta coproducción europea, con gran predominio británico, la dirige Tomas Alfredson, el director sueco que tras el éxito de la magnífica Déjame entrar se colocó en el mapa internacional. Hubo que vencer ciertas reticencias del novelista, aunque al final se convenció de la pertinencia de una nueva versión y ha dejado hacer, aunque se convirtió en un improvisado asesor, ya que el nuevo filme está ambientado en los años 70, y compartió sus recuerdos acerca de los dispositivos del espionaje y demás aparataje de la época.
Oldman no está solo, sino muy bien acompañado por dos pesos pesados como John Hurt en el papel de Control, el jefe de Smiley, y Colin Firth, uno de los empleados de los servicios secretos que puede tener mucho que ocultar.
La historia nos presenta a George Smiley, que es separado del club de los espías tras una desastrosa operación en Hungría. Tiempo después, en un momento muy difícil para él pues se está separando, es vuelto a llamar por las autoridades. Lo de Hungría no ha sido un caso aislado, el índice de fracasos en las operaciones es total y se sospecha que hay un topo infiltrado en la cúpula del espionaje que pasa la información a los soviéticos. Ayudado por el joven agente Peter Guillam (Benedict Cumberbatch), Smiley investiga las actividades pasadas y presentes del grupo. Mientras intenta rastrear e identificar al topo, sobre él se cierne la sombra del misterioso maestro ruso del espionaje Karla, con quien coincidió décadas antes. El protagonista tiene que encargarse de descubrir al infiltrado en una misión que le obliga a rastrear la vida de sus compañeros y que traerá grandes y desagradables sorpresas.
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