No siento las piernas

Ismael Serrano, el pasado viernes, en el Gran Teatro.
Ismael Serrano, el pasado viernes, en el Gran Teatro.
Ángel Vázquez

24 de marzo 2013 - 05:00

Gira 'Todo empieza y todo acaba en ti'. Voz y guitarras: Ismael Serrano. Dirección musical y teclados: Jacob Sureda. Fecha: viernes 22 de marzo. Lugar: Gran Teatro. Lleno.

¿Más de tres horas de concierto, casi cuatro, pueden considerarse una barbaridad? ¿Entra dentro de lo digerible por el cuerpo y el alma? ¿Cómo de fan hay que ser de un artista para encajar esa tonelada de canciones viniéndosete encima? Son preguntas que me hacía el viernes, tras el recital de nunca acabar que ofreció Ismael Serrano en el Gran Teatro. En un hecho comparable a mitos cordobeses como la obra del murallón, Serrano se despachó a gusto, muy a gusto. Y por la reacción de los presentes no pareció que la colmada ración disgustara a nadie. A mí tampoco. Y ahora, en otra tarde de aguas mil, la palabra resumen parece una broma a la hora de escribir sobre esa sobrada noche. Cómo sintetizar en tres párrafos más de tres horas de canciones es una materia que no se aprende. La excusa era su último disco, Todo empieza y todo acaba en ti , aunque acabar, acabar, lo que se dice acabar, tardó en acabar. Como se imaginarán, el repaso al repertorio de 15 años de carrera fue más que riguroso y preciso. Y por si no fuera suficiente con la materia propia, Ismael incluyó temas ajenos, como la magistral Y sin embargo de Sabina, que reinterpretó al hilo del buen gusto y su sello personal.

Sepan que hay un momento de la noche en el que ya el cuerpo ni siente ni padece, empotrado en la butaca de un teatro, anestesiado no sé si por la postura o por el interés de lo que sucede sobre el escenario. A la mente debe pasarle algo parecido en estos días perrilleros que nos han endosado. Necesita drogas que la inmunicen ante tanta indignación. Y sucede que tal colección de canciones acaba sugestionándote, te invita a la anestesia, a la evasión, al olvido, a la evocación, a prescindir de todo lo que no sea el balsámico eco de un artista que sabe cómo congeniar con los que le quieren. Ismael, maestro de comuniones, monta en el teatro el salón de casa, sabe de confidencias sobre la alfombra, empatías y brazo por el hombro, y en esa humilde intimidad de sus canciones alarga el acto hasta lo indecible en una suerte te tantrismo cantautoril que acaba poseyéndote.

Ismael debe de haber vivido con extrañeza todo lo que nos hiere. En cierto modo, él que siempre se hizo eco de las injusticias se ha encontrado de pronto con el peor de los escenarios y con la más triste de las paradojas al ver que la realidad superaba las presunciones y religiones de sus temas. Y ahí estaba un teatro lleno navegando sin saber muy bien cuándo acaba el placer y cuándo comienza la sobredosis. Cada cual tiene su umbral, pero el autor queda descargado de culpas desde el momento en que sabe dosificar los tiempos, las palabras, el humor y sobre todo las canciones. Nadie pareció necesitar más asistencia que la que ya imploraba al entrar. Era una noche triste y propicia para ese acento, para esa relación. Llovía como si ya no hubiera grifos. Bebo Valdés había muerto sin avisar. Ismael se presentaba acompañado de piano. Los periódicos ultimaban la última ración de veneno proveniente del poder. Un cruce de extrañas señales que daba mucho juego a un trovador a caballo entre la moderna canción protesta y las muchas opciones musicales que propicia el amor, en todas sus vertientes. Tempus fugit, vaya que sí. Más de tres horas de concierto de Ismael Serrano, casi cuatro, pueden ser una barbaridad, o una exhalación. Es verdad que dejas de sentir las piernas. Para qué las quieres si ya de nada sirve correr. Pero con Ismael cantando dudo que puedas dejar de sentir el corazón.

stats