La seducción del flamenco en Lorca

No sólo en los poemas del escritor granadino quedó latente su interés por el flamenco: también en conferencias y artículos que reivindicaron el cante jondo

Federico García Lorca.
Federico García Lorca.

14 de julio 2010 - 05:00

Desde pequeño, Federico García Lorca estudió piano y guitarra, inquietudes musicales que se vieron estimuladas y acrecentadas en 1917, al trabar amistad con Manuel de Falla. En 1921, en una carta a su amigo Adolfo Salazar, Lorca muestra ya entusiasmo por el cante jondo y la guitarra. Le escribe: "Estoy aprendiendo a tocar la guitarra. Me parece que lo flamenco es una de las creaciones más gigantescas del pueblo español... Acompaño ya fandangos, peteneras y er cante de los gitanos".

¿Qué imagen poética tenía Lorca del cante jondo? ¿Cómo entendía este cante? Federico escribiría: "El cante jondo canta como un ruiseñor sin ojos, canta ciego y por eso tanto sus textos pasionales como su melodía antiquísimas tienen su mejor escenario en la noche... en la noche azul de nuestro campo". "El cante jondo -continúa Lorca- es un canto sin paisaje y por lo tanto concentrado en sí mismo, y terrible en medio de la sombra, lanza sus flechas de oro que se clavan en nuestro corazón. En medio de la sombra es como formidable arquero azul cuya aljaba no se agota jamás". "El cante jondo, tanto por la melodía como por los poemas, es una de las creaciones artísticas populares más fuertes del mundo y en nuestras manos está el conservarlo y dignificarlo para honra de Andalucía y sus gentes".

En la conferencia pronunciada en el salón del Centro Artístico de Granada con motivo del Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922, en cuya organización participó activamente el poeta, diría: "Todos tenían una idea más o menos exacta de él... pero es casi seguro que a todos los no iniciados en su trascendencia histórica y artística os evoca cosas inmorales, la taberna, la juerga, el tablado del café, el ridículo jipío, ¡la españolada, en suma!, y hay que evitar, por Andalucía, por nuestro espíritu milenario y por nuestro particularísimo corazón, que esto suceda". Siempre en Lorca y en el espíritu de todos los que colaboraron en la organización del Concurso de Granada anidaba la idea de una pretendida pureza del flamenco, desvirtuada en su imagen popular.

Como poeta, para Lorca las coplas del cante jondo suponían todo un sustrato popular de insospechada valía; en los versos del cante "la melancolía es tan irresistible y su fuerza emotiva es tan perfilada que a todos los verdaderamente andaluces nos producen un llano íntimo, un llanto que limpia el espíritu llevándolo al limonar encendido del amor". Para transmitirnos esas coplas y músicas está la figura del cantaor. "La figura del cantaor -diría Lorca- está dentro de dos grandes líneas; el arco del cielo exterior y el zig-zag que culebrea dentro de su alma. El cantaor, cuando canta, celebra un solemne rito, saca las viejas esencias dormidas y las lanza al viento envueltas en su voz...". "Para el poeta, la imagen del cantaor queda acabada y retocada si el cantaor está imbuido en ese cante límite, culminación de la tragedia, que es la seguiriya", porque para el poeta "la siguiriya es como un cautiverio que quema el corazón, la garganta y los labios de los que la dicen. Hay que prevenirse contra su fuego y cantarla en su hora precisa".

No hay que olvidar al hablar de Lorca y el cante jondo su Juego y teoría del duende, tenido por otros poetas como manifiesto para la concepción actual del flamenco. Ángel, musa y duende quedan definidos de esta manera por el poeta: "El ángel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del nombre, está por encima, derrama su gracia, y el hombre sin ningún esfuerzo realiza su obra, o su simpatía o su danza. La musa dicta y en algunas ocasiones sopla. Puede relativamente poco, porque ya está lejana y tan cansada (yo la he visto dos veces) que tuvieron que ponerle medio corazón de mármol. Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa formas. Pan de oro o pliegue de túnica. En cambio, al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre. Y rechazar al ángel, y dar un puntapié a la musa. Para buscar al duende no hay mapa ni ejército. Sólo se sabe que quema la sangre como un trópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que se apoya en el dolor humano que no tiene consuelo".

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