Ni rastro del paso a nivel de las Margaritas

Córdoba estuvo durante casi siglo y medio dividida en dos por las vías del ferrocarril. Esta situación, que en el siglo XIX y en la primera mitad del XX no ocasionó trastornos en la vida ciudadana, se agravó con el crecimiento septentrional del casco urbano, por una parte y por la multiplicación del parque automovilístico, por otra. Tres eran los cuellos de botella por los que se podía cruzar de una parte a otra: el viaducto del Pretorio, el paso a nivel de los Santos Pintados -topónimo incomprensiblemente borrado del callejero-, y el de las Margaritas.

Este cruce sobre las vías del tren era el más popular y el que provocaba una colas más largas en la avenida de América y en la carretera de Trassierra, cada vez que la barrera caía para cortar el tráfico por el paso del ferrocarril, algo que sucedía muy a menudo.

Con el soterramiento de las vías -que alguien denominó "dogal de acero"- se solucionó este importante problema de lo que ahora se llama movilidad. Entre los espacios liberados con esta operación urbanística destaca la creación de la plaza de las Tres Culturas, gigantesco vestíbulo al aire libre de la nueva estación, y que viene a coincidir prácticamente con el lugar donde estaba el paso a nivel de las Margaritas. Ya no suena el bronco timbre que anunciaba la bajada de la barrera, ni hay coches que se lo salten corriendo un riesgo muy alto.

El tráfico cruza ahora por una glorieta junto a la amplia plaza peatonal bajo la que discurren los trenes. Al fondo, tras el estanque, se advierte la fachada abierta del nuevo edificio de la estación, que sirve de colofón y cierre al paseo ajardinado conocido como Plan Renfe.

Aunque parece que la plaza de las Tres Culturas está rematada -tuvo hace pocos años una reforma para modificar la glorieta de las tres palmeras- aún le falta la apertura de la carretera de Trassierra cuando se le quite el estrechamiento que tiene en su inicio y se edifique el solar que queda entre en la esquina junto a la estación de autobuses.