Mi querido diario (griego)
Diario ateniense de un lanzador de naranjas | Crítica
Javier Aguirre publica un cuaderno de viajes en el que los apuntes sobre la ciudad de la Acrópolis conviven con escapadas a Estambul y Tesalónica.
El Dios desconocido
La ficha
Diario ateniense de un lanzador de naranjas. Javier Aguirre. Xordica. 256 páginas. 18,95 euros
De Javier Aguirre (Zaragoza, 1959), profesor de Filosofía Antigua en la Universidad del País Vasco, la editorial Xordica nos ofrece esta especie de nouvelle del tiempo en clave personal. “Antes de sentar cátedra, en los años ochenta colaboró y tocó la batería con varias bandas como Duncan Dhu, Dinamita pa los pollos y Más birras y, a día de hoy, sigue creyendo que Platón es un gran humorista”.
Con este preámbulo el lector veraniego acoge con agrado este Diario ateniense de un lanzador de naranjas. Está dedicado mayormente a Atenas; pero cuenta, también, con dos pequeños saltos a Estambul y a la ciudad sarda de Oristano, más otra parada griega más larga en Tesalónica. Visitemos, pues, Atenas, donde el siglo de Pericles convive hoy por hoy en fama con la novela negra de Petros Márkaris y su comisario Jaritos.
He aquí, pues, un cuaderno viajero escrito en la pospandemia. Todo lo heteróclito cabe aquí. El autor nos habla de los rosarios que se venden en la tienda del club de fútbol Panathinaikos, del libro XII de la Metafísica de Aristóteles, de la película Sócrates de Rosellini, del tráfico atroz por Atenas (los motoristas no llevan casco y los conductores pasan del cinturón de seguridad), de condumios, bebercios y excursiones a Corinto, de paseos lo mismo por la Acrópolis que por Sintagma o Exarcheia… Dice el autor que traduce textos griegos como otros hacen yoga o practican la meditación. En el periplo heleno hay tiempo para todo, lo que demuestra que se puede sobrevivir a este mundo hiperconectado y fragmentario.
Hay un salto, como se decía, a Estambul (visita al Museo de la Inocencia de Orhan Pamuk y compra de discos de rock turco de los años 70). Otra escala breve lo lleva a Oristano, donde la casa-museo de Antonio Gramsci. En Tesalónica, el viaje y el cuaderno de notas conviven con el trabajo portátil que ha traído al autor hasta esta otra gran ciudad portuaria de Grecia. Tal vez no haya mejor lugar desde el que contemplar la ciudad que desde la iglesia Apostolos Paulos. Casi nada queda ya de la otrora ciudad demediada entre turcos otomanos y griegos (aquí nació Mustafa Kemal Atatürk, mentor de la Turquía moderna). El nazismo hizo estragos entre los judíos de Salónica (no se entiende la Shoah sin el aporte trágico de los judíos griegos).
Un apunte al vuelo: “Todas las ciudades griegas dedican su principal calle comercial al dios Hermes. Hermes, el dios más popular, bromista y querido por los griegos, era el dios del comercio. También el de los ladrones. Pero no de todos los ladrones; sólo de aquellos capaces de adquirir lo ajeno mediante la habilidad y el ingenio. Nada que ver con aquellos que se valen del abuso y del poder”. Diario ateniense de un lanzador de naranjas es esto mismo, una suma de apuntes personales que reflejan, como en todo viajero, el paisaje exterior en armonía con el paisaje interior.
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