La pintura en expansión

Ortega, junto a una de sus instalaciones.
Ortega, junto a una de sus instalaciones.
Jesús Alcaide

06 de octubre 2008 - 05:00

Que en los últimos años se viene hablando de un renacer o una mayor presencia de la pintura en los circuitos artísticos es algo que nadie puede negar. Que lo haga por fenómenos que más que artísticos, hermenéuticos o puramente estéticos tiene más que ver con el entramado de flujos económicos en el que se ve inmersa cualquier producción cultural en nuestro tiempo es algo sobre lo que habría mucho más que discutir. Desde hace años se habla de lo pictórico en los montajes de Jessica Stockholder, en las instalaciones de Olafur Eliasson o Baumgartel en Barcelona (Fundación Tápies y Macba respectivamente), en los impresionantes desplazamientos y ocupaciones de Fabian Marcaccio o en las intrapinturas de Pep Agut, pero poco de la renovación en la investigación pictórica que se sigue desarrollando en el límite de ese marco que desde comienzos del siglo pasado sigue siendo uno de los peores enemigos de la pintura.

Si en los sesenta la escultura entró en un importante periodo de expansión dictaminado por teóricas como Rosalind Krauss, la pintura ha querido ir a la zaga sin obviar que nuevos dispositivos icónicos, discursivos y tecnológicos comenzaban a seducir (exposiciones como El discreto encanto de la tecnología en el MEIAC de Badajoz o la Próxima edición de la BIACS con el título de Youniverse que se desarrollará en Sevilla, Córdoba y Granada son buena prueba de ello) a un nuevo espectador y constructor de la obra de arte que ya nada tenía que ver con aquel al que quisieron abofetear las vanguardias de principios del XX.

Consciente de esta nueva vorágine, hay pintores que más que interesarse por una investigación icónica de este complejo entramado cultural lo hacen desde el interior de su propia subjetividad y su visión particular de la pintura como es el caso de la joven artista cordobesa María Ortega Estepa (Córdoba, 1983) que en esta su segunda exposición en la galería Carmen del Campo nos sigue planteando una redefinición del género del paisaje desde un territorio bastante personal.

Casi a modo de diario sentimental, de una botánica no científica sino anímica, María Ortega tras los Lugares que no había de su exposición en el 2006 en la Galería Carmen del Campo y la frescura pictórica de la serie Colecciono momentos que presentó en el 2007 en la exposición colectiva Generación Eutopía, continúa explorando el patchwork poético en los pequeños formatos (Trébol corazón, Flor de estrellas o Flor del camino al paraíso) mientras nuevos registros más abigarrados y menos libertarios asoman en grandes lienzos como La magia de los árboles o Donde viven los guerreros de la luz) para invitarnos a la que es una de las sorpresas de la exposición, la instalación De paso que ocupa la parte baja de la galería en una artificial y quizás demasiado artificiosa recreación de la naturaleza en la que María Ortega sigue dejando su huella personal, sus pasos sobre el paisaje de la pintura.

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