Un paseo circular por la pintura

arte Reflexión sobre las formas

El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo propone a través de una exposición un recorrido por la abstracción y el movimiento · Se incluyen obras de Equipo 57, Boyle Family y Patricio Cabrera

Un paseo circular por la pintura
Un paseo circular por la pintura
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

13 de agosto 2012 - 05:00

En la sala, del todo pintada de negro, el haz de un proyector traza lentamente una blanca circunferencia. El resultado es una superficie cónica construida literalmente por la luz. La obra de McCall es resumen y guía de esta ambiciosa muestra, titulada Abstracción y movimiento y visitable en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo hasta el 11 de noviembre: propone una forma pura, el cono; la genera a través del movimiento y con la cortina de luz de la proyección, hace vibrar el espacio, como muchas pinturas abstractas agitan el muro que las aloja. La forma circular conecta bien con una exposición que paso a paso lleva del estudio de formas al del movimiento y de éste a la abstracción, para terminar meditando sobre la estructura misma de la pintura.

El que fuera refectorio del monasterio es ahora laboratorio de análisis de formas. Continúa pintura continua, el gran cuadro de Bermejo, muestra que un exiguo léxico -la línea y los colores planos- puede conmover con sus ritmos la firmeza de las paredes, mientras dialoga con los frisos de los antiguos azulejos. Sirve además de prólogo al trabajo de Gerardo Delgado: expuesto en grandes mesas, es un estudio de otro alicatado, el del Alcázar. Detallada su estructura mediante esquemas y dibujos, dos monitores muestran sus sutiles transformaciones.

Estos trabajos y obras llevan al Equipo 57 y a sus espacios interactivos. Las zonas de color de sus cuadros no son inertes. Son espacios-color en expansión que, al contender entre ellos, curvan sus límites, formando zonas de inflexión. Este equilibrio entre dos espacios se altera al encontrar un tercero. Un vídeo muestra cómo los gouaches alineados en la pared no son sino estadios de ese proceso. De él dan cuenta dibujos y esquemas que se ordenan en otro lugar de la sala. Pero el movimiento crea forma de muchos modos: los trabajos de Paz Pérez Ramos lo muestran, si se gira levemente la mirada, y un joven autor, Daniel Palacios, en la antigua sacristía, genera múltiples figuras mediante una simple cuerda. En la iglesia, una obra ya clásica del colectivo Boyle Family: en cinco pantallas aparecen las variadas formas que surgen de la tensión superficial y la capacidad corrosiva de ciertos aceites. De modo parecido, Gustav Metzger estudia sucesivas alteraciones de imágenes producidas por el cristal líquido.

La relación entre formas visuales y movimiento hizo que algunos autores prestaran especial atención al cine. José Luis Alesanco llevó a la computadora una figura humana, inicialmente expresionista, y descompuso sus gestos en sucesivas fases que después filmó. Otros fueron más lejos, haciendo que luz y figuras desbordaran la cuadrícula de la pantalla de proyección. Puede verse en el claustrón este, si uno se atreve a ver, verse y zambullirse en la Strobe Room de otro colectivo de los sesenta, USCO (The Company of Us, Nuestra Compañía), nombre-parodia de las siglas comerciales americanas de estos pioneros del arte multimedia.

Para esas fechas la pintura ya había desbordado el rectángulo del cuadro: Millares plegaba o rompía sus arpilleras que la muestra enfrenta a obras de Guerrero y Motherwell, cuyas formas parecen expandirse más allá de la cuadrícula que las circunscribe. Por otro lado, Juan Uslé y Patricio Cabrera acumulan planos de modo que la pintura parece crecer hacia afuera al contrario que la profundidad de la perspectiva.

Pero la reflexión más densa de la pintura sobre sí misma se encuentra en la última sala del claustrón norte. Con grandes telas industriales de colores diversos, una obra inicial de Gerardo Delgado señala cómo el color puede crear espacio. La instalación, vista a distancia, tiñe con diversas luces los muros que la rodean pero si se entra en ella, descubre transparencias e interacciones cromáticas que hacen pensar en la llamada pintura de campos de color. Otra expansión de la pintura al medio arquitectónico ensaya Nueve paisajes detormenta. José Ramón Sierra quiebra en ellos de dos modos el espacio pictórico tradicional: el rectángulo se pliega en dos (uno vertical, el otro sobre el suelo) y se divide en nueve objetos en los que progresivamente las tintas se oscurecen y se alteran los ritmos marcados por formas geométricas y gestuales. Se abren así espacios a la mirada que explora y al cuerpo que camina. La sala se cierra con obras de Juan Suárez: frente a la expansividad de los otros dos trabajos, los cuadros y dibujos de Suárez parecen retraerse en la cuadrícula, de modo que su densidad recuerda qué exigua distancia media en la pintura (como en la naturaleza) entre materia y poesía. Muy cerca de la sala, el intenso color de Junio, políptico de Ignacio Tovar, invita a pensar en el alcance de la pincelada, en su capacidad para establecer, mediante el gesto de la mano, ondulaciones de color que poco a poco edifican el cuadro.

Pero estas variaciones sobre la pintura tienen un contrapunto conceptual, como la obra de Juan Carlos Bracho, en la capilla de la Magdalena: la pelota entintada que deja su huella en el muro rectangular apunta a la presencia del azar en la pintura, mientras que Stephen Prina, en la capilla de Colón, remite al lienzo en blanco, que relaciona con la obra de un iniciador del arte moderno, Manet. En el mismo recinto, Simón Zabell traza otra cuadrícula, la de las páginas del libro. La muestra así se recoge: a la expansión del movimiento y los despliegues de la abstracción opone silenciosas ideas, recordando que la pintura es ante todo cosa mentale.

stats