José manuel garcía gil. escritor

"Si hay una palabra que defina a Carlos Edmundo de Ory esa es exclusión"

  • El biógrafo del autor gaditano publica 'Prender con keroseno el pasado' (Fundación Fernando Lara), libro con el que ganó la última edición del Premio Antonio Domínguez Ortiz

El autor gaditano José Manuel García Gil.

El autor gaditano José Manuel García Gil. / juan carlos vázquez

El escritor José Manuel García Gil, que rescató el pasado año cinco cuentos inéditos del poeta gaditano Carlos Edmundo de Ory, publica ahora la biografía Prender con keroseno el pasado (Fundación José Manuel Lara), libro con el que obtuvo en abril el premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías.

-¿Hizo Carlos Edmundo de Ory un personaje de sí mismo?

-En el ámbito público sobre todo, Ory construyó un personaje que no coincide exactamente con el hombre. Se trata de una construcción imaginaria que le venía bien a esa condición de raro o escritor maldito en la que se encontraba cómodo y que le servía para llamar la atención. En la intimidad, eran la inocencia y la ternura cualidades humanas frecuentes en él, pero que entre la gente pasaban desapercibidas.

-Ory tenía a Cádiz como referente mítico. Pero, tanto o más que el concepto de Cádiz como refugio o paraíso, lo que parece haberlo conformado fue la infancia como vacío.

-Aunque es cierto que la soledad y el silencio predominan en su infancia y en nada la considera su paraíso recobrado, luego su adolescencia sí fue lo bastante alocada como para tener de ella un recuerdo feliz. Cádiz, el mar y su naturaleza, por otra parte son indispensables para comprender su personalidad y estilo.

-¿Hasta qué punto pudo influir su condición de enfermo continuado, más o menos imaginario, en su potencial creativo?

-Es cierto que Carlos Edmundo de Ory no tuvo una salud de hierro y él se consideró muchas veces un enfermo. Males más bien psicológicos, pues era ciclotímico y, junto a las grandes euforias, aparecían profundas depresiones. Era una persona que iba por dentro, de una enorme sensibilidad y esto, lógicamente, le hacía desconectar de la realidad que le aburría y disfrutar -y a veces sufrir- en un mundo propio.

-Además de sus Diarios, a lo largo de su vida Ory fue recopilando notas, cartas, dibujos... Entre tanta saturación informativa, imagino que los espacios de silencio llaman aún más la atención.

-Ory era muy pudoroso, el pudor mamado durante la época que vivió, pero cuando haces una biografía pones tus dedos en la familia, el amor, el sexo, el dinero... El mayor error hubiera sido dejar todo eso fuera porque esos son los vínculos que nos conectan y que nos hacen humanos a todos. Si quería que el relato de su vida tuviese algún significado no podía obviar eso.

-¿Entre esos espacios de silencio, podría estar su relación con su hija, Solveig? El propio Ory decía que había que escoger entre dos suertes, versos o hijos.

-Ory adoraba a su hija, pero fue un padre desorientado y como tantos otros asuntos de la vida corriente, y la paternidad es uno de ellos, le costó ejercerla con empatía y amor desinteresado. Coincidió además su separación con Denise cuando Solveig tenía 8 o 9 años y para todos fue una época infernal e infeliz. Creo que hubo heridas que tardaron en cicatrizar entre padre e hija.

-Con las gafas violetas puestas, no hay forma de redimir su comportamiento en su primer matrimonio. O con sus parejas.

-Evidentemente, no podemos sacar a Ory de su época: era el producto de una España machista y su relación con las mujeres adolecieron de esa contaminación. Era, además, una persona con serias dificultades para valerse por sí mismo, y en esa faceta sus mujeres ocuparon un lugar destacado. Que buena parte de su poesía se inspirara en ellas o en el amor real que sentía por ellas no justifica muchos de sus comportamientos.

-Entre los episodios sorprendentes que se recogen en Prender con keroseno el pasado, se encuentran dos relacionados con la purga de libros.

-Su padre, Eduardo de Ory, era diplomático y recibía muchísimos libros de Hispanoamérica en su casa. Los que consideraban más pecaminosos, los destruían. Eso, por un lado. Luego estuvo ese episodio de la quema de libros del Casino en la plaza de San Antonio (Cádiz), en los días posteriores al alzamiento nacional.

-Otro episodio inesperado, pero más luminoso, es su relación con Gloria Fuertes.

-En el 42, Carlos Edmundo de Ory va a un campamento de flechas falangistas al Escorial y, un día, visita Madrid y se dedica a pasear por la ciudad con Gloria Fuertes. Ya se conocían por carta, porque ella llevaba una sección de poesía en la revista Flechas y Pelayos. Se intercambian poemas de amor, aunque Carlos vuelve a Cádiz después del campamento. En julio del 43 volverá a Madrid para quedarse, pero ya se había enamorado de Emilia Paloma, una prima suya, y se fue distanciado de Gloria, aunque mantendrían la amistad toda su vida.

-Para todas las veces que se enamoró (o creyó enamorarse), el amor no era para él un acontecimiento feliz.

-Para nada. En uno de sus aerolitos dice que el amor es el laboratorio del poeta.

-Parece que, con las ciudades, a Carlos Edmundo de Ory le ocurría como con las personas: se fascinaba al principio y después se desfondaba.

-Si hay una palabra que lo define es exclusión: muchas veces, un auto excluido, por supuesto. Lo fue de Cádiz; y lo fue en Madrid: llegó un momento en que sabía que esa realidad esclerotizada no le iba a aportar nada; y también le ocurrió en París... También es verdad que todas esas fugas tenían una razón de ser, y que no había pocas dificultades. Era un poco como el Lee Marvin de La leyenda de la ciudad sin nombre, abandonando las ciudades cuando la civilización -problemas económicos, sus obras no encontraban salida.... - le atrapaba. Cuando ya encontró cierta estabilidad, en Amiens, fue con un puesto de lector y con más de 50 años.

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