Barroco y Romanticismo

Orquesta de Córdoba | Crítica

Sophia Shambeck y la sección de cuerda de la Orquesta, en plena actuación.
Sophia Shambeck y la sección de cuerda de la Orquesta, en plena actuación. / Juan Ayala
Antonio Torralba

09 de junio 2023 - 19:06

La ficha

***** Orquesta de Córdoba. Undécimo concierto de abono. A Hamburgo en vaporetto. Programa: Giuseppe Sammartini, Concierto para flauta dulce en fa mayor IGS 25. Antonio Vivaldi, Concierto para flauta dulce en do mayor RV 443. Johannes Brahms, Sinfonía n. 1 en do menor op. 68. Sophia Shambeck, flauta dulce. Director: Jaume Santonja. Fecha: Jueves 8 de junio. Lugar: Gran Teatro. Tres cuartos de aforo.

Giuseppe Francesco Gaspare Melchiorre Baldassare Sammartini fue un inspirado compositor y grandísimo oboísta. Como era frecuente en los músicos de viento de la época, tocaba también de manera sobresaliente la flauta travesera y la flauta dulce. Por cierto, que este (flauta dulce) y no flauta de pico (usual y acomplejada traducción moderna del francés flûte à bec), es el nombre en castellano del instrumento que cautivó al público durante toda la primera parte de la velada del jueves.

Dos pequeños ejemplares de la amplia familia del instrumento, una flauta soprano en Sammartini y en el Bach de la propina y una sopranino en Vivaldi, fueron los tocados magistralmente por la solista alemana Sophia Shambeck, acompañada muy empáticamente por la sección de cuerda de la Orquesta de Córdoba y el clavecín.

Tanto el concierto de Giuseppe Sammartini (1695-1750) como el de Antonio Vivaldi (1678-1741) están escritos a cinco partes: la de flauta, dos de violín, viola y bajo continuo; y era muy frecuente que se tocaran con un solo instrumento por parte. Ampliar mucho el número de instrumentos puede comprometer el equilibrio sonoro de los diálogos soli-tutti en que se basa la forma concerto. Afortunadamente, no fue el caso. A pesar de actuar en formación de cámara (varios profesores por parte), la Orquesta de Córdoba y la solista sonaron con un balance muy acertado. Sophia Shambeck, además de con virtuosismo, tocó con mucho encanto y logró momentos mágicos en unos hipnóticos movimientos lentos que uno escuchaba queriendo que no acabaran.

Los largos aplausos animaron a solista y orquesta a tocar una propina: una transcripción para flauta del famoso movimiento lento del Concierto en fa menor para clavecín BWV 1056 de Johann Sebastian Bach (1685-1750). Si muchos conocimos el delicioso largo del concierto de Vivaldi que acabábamos de escuchar gracias a su inclusión en la película de François Truffaut El pequeño salvaje (L'Enfant sauvage), es seguro que otras generaciones más jóvenes habrán sido cautivadas por ese Adagio de Bach al escucharlo en Hannah y sus hermanas (Hannah and Her Sisters) de Woody Allen. Y puede que, desde entonces, quede asociado a los hermosos versos de E. E. Cummings que lo acompañan en la película, algunos de los cuales vienen por cierto como anillo al dedo a la forma de tocar de Sophia Shambeck y a todo el contexto que nos brindó este jueves: Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas (nobody, not even the rain, has such small hands).

Difícil pero no imposible, durante la pausa hubimos de viajar en vaporetto desde la Venecia del siglo XVIII a la Hamburgo de la segunda mitad del XIX. Y los utilleros de la Orquesta de Córdoba debieron reconfigurar totalmente el escenario para escuchar a Brahms. Hubo que poner el podio del director, retirar el clave, colocar todas las sillas (violines y violas habían tocado de pie en la primera parte), sacar más atriles…

El director invitado para la ocasión, el valenciano Jaume Santonja, ofreció una vibrante versión de la maravillosa Primera Sinfonía de Johannes Brahms (1833-1897), con momentos soberbios que compensaron algunos pequeños desajustes en la afinación de los metales. Me resultó especialmente atractivo el enfoque y resultado de todo el cuarto movimiento, lleno de intensa pasión. Parecía como si durante el intermedio de la velada hubieran colocado una lupa gigantesca para amplificar hasta el infinito las delicadas miniaturas de la pasión barroca que nos habían deleitado en la primera parte. Ya no era el juego coloreado de la luz en los canales de Venecia. Era un océano. A medida que los ritmos se sincopaban, una energía bulliciosa nos llevaba a un clímax abrumador.

Muchas emociones en bastante menos de dos horas.

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