Horas antes de que empezara el concierto, Alejandro Sanz escribió en Twitter: "Ya en la tierra de los califas. Bendita Córdoba, qué guapa estás". Las ganas de encontrarse eran mutuas y la respuesta se dio en consecuencia, con una Plaza de Toros que acogió a más de 10.000 personas que recibieron al artista poniendo toda la carne, el alma, la voz y el corazón en el asador. Convivían nostálgicas parejas de cuarentones, sempiternas devotas enamoradizas de camiseta y griterío en ristre y gente joven con ganas de pasarlo bien. Y hasta alguna familia casi entera, a pesar del precio de las entradas, con veteranos que se enamoraron en 1991 escuchando Viviendo deprisa y no han dejado de entregar la cuchara desde entonces y representantes de las nuevas generaciones que han seguido fielmente la senda alejandrista. De cualquier forma, un concierto de Alejandro Sanz es una fiesta de las emociones y los sentidos. El madrileño regresó a un escenario conocido para ofrecer su tercer concierto en Córdoba en lo que llevamos de siglo.
El autor de El alma al aire correspondió al envite y ofreció una lección de madurez. Vino a Córdoba a presentar La música no se toca y lo hizo con un verdadero homenaje a la música en directo, a la posibilidad real de que un concierto sea una experiencia inolvidable por encima de modas, crisis y la sangrante adscripción a lo efímero que parece reinar en todas partes. Con una espectacular escenografía diseñada por Luis Pastor, 100.000 vatios de un sonido limpio como pocos, tres pantallas y una iluminación cómplice del asombro, Sanz demostró que él también es un grande en estas lides, pero el verdadero espectáculo estaba en los músicos que le acompañaban. La banda, formada por diez artífices de insuperable ejecución, se sostenía especialmente en la labor del pianista Alfonso Pérez y el guitarrista Mike Ciro (habitual de artistas como Stevie Wonder, Mariah Carey, Sting, Alicia Keys y Beyoncé, entre otros), y resultaba difícil no apartar la vista de sus dedos, siempre precisos, pulcros, maestros. Más allá de todo lo que le rodea como personaje de gran celebridad, Sanz vino a Córdoba a traer música, a reivindicarse como músico, y vaya si lo consiguió.
Después de un aperitivo protagonizado por José Carlos Gómez y la cordobesa Lya, el cantante, puntual sobre el escenario a la hora prevista y con camiseta negra con estampa de guitarra, se puso manos a la obra con Llamando a la mujer acción y otros temas del nuevo disco, Cómo decir sin andar diciendo y la aclamada Se vende, en la que demostró que sus kilométricos estribillos tienen su razón de ser en la autoridad con la que cautivan al público. Se dirigió entonces por primera vez a los asistentes para prometerles que lo iban a pasar bien. Luego comenzaron a llover los temas de trabajos anteriores como Quisiera ser, Camino de rosas y Cuando nadie me ve, subrayados por una puesta en escena atenta a los detalles. A modo de inflexión, el concierto adoptó posteriormente un tono más íntimo con una reducción de la formación que confirió protagonismo a las coristas Sara Devine y Jackie Méndez, además del citado Alfonso Pérez. Y llegó la hora de la banda en pleno y los grandes éxitos, de Corazón partío a Mi soledad y yo, entre otros que siguen formando parte de la memoria musical de una generación que encontró en este cantante y compositor la melodía exacta para vivir mejor los días. Las expectativas, a tenor de los aplausos, quedaron colmadas. La música abrió una vez más sus manos en la calurosísima noche cordobesa.
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