Un mano a mano después de 25 años
Finito y Chiquilín vuelven a reencontrarse tras un cuarto de siglo para recordar en primera persona la rivalidad que marcó una época Halagos y sonrisas, pero la competencia sigue ahí
Con el aforo repleto hasta la bandera y altas temperaturas impropias del mes de abril comparecieron ayer en el Círculo Taurino, en la calle Manuel María de Arjona, dos matadores ya históricos de la tauromaquia cordobesa: Juan Serrano Finito de Córdoba y Rafael Jiménez González Chiquilín. No vestían traje de luces ni eran ya los jóvenes que fueron, no había albero bajo sus pies, no sonaba un pasodoble, pero aún así latía entre ellos la rivalidad que enloqueció a la Córdoba taurina hace un cuarto de siglo. Chiquilín, elegante y sobrio, acudió con traje de raya diplomática y corbata; Finito, más bohemio, en artista: americana, camisa blanca y pañuelo anudado al cuello. Se saludaron con cariño a la entrada del Círculo en presencia de su presidente, bajo los flashes de las cámaras, y luego charlaron largo y tendido de aquellos años inolvidables. Los dos reconocieron, eso sí, que nunca desde entonces habían tenido la intimidad que tuvieron anoche; jamás se habían sentado en la misma mesa. ¿Por qué? Finito, natural, lo dejó claro: "Porque la competencia de entonces sigue ahí". Y Chiquilín lo secundó con una sonrisa.
La conferencia, moderada por el periodista Víctor Molino, dio para mucho. Hablaron los dos diestros de la responsabilidad que sentían cada vez que se tenían que enfrentar en una plaza. "Nosotros teníamos una relación correcta, pero el ambiente era tremendo y de ahí surgía la rivalidad, que nunca enemistad", dijo Finito. Chiquilín, por su parte, recordó como la Córdoba taurina se dividía entre los chiquilinistas y los finitistas, dos tribus en apariencia irrenconciliables. "Yo nunca he conocido a una persona que fuese en aquellos años chiquilinista y finitista a la vez", explicó el matador cordobés, ya retirado de los ruedos.
Tanto Finito como Rafael no dudaron en lanzarse halagos y reconocieron cada cual la valía del otro. Juan Serrano recordó el toreo vertical de Chiquilín y la forma en la que muchos aficionados le comparaban con el gran Manolete. "Debías sentir un peso enorme", le dijo Juan a Rafael antes de señalar que lo que más le gustaba de su rival en los ruedos era su enorme personalidad. "Era un torero serio, auténtico, con un estilo propio y es una pena que no está en el escalafón actual, porque toreros como él son siempre necesarios", dijo Finito. Chiquilín tampoco se quedó corto y alabó la grandeza del toreo del de El Arrecife, sus largos años de triunfos, su manera de cuajar los toros y poner las plazas boca arriba en sus tardes más gloriosas. Se propuso por allí un reencuentro en el albero, aunque fuese en el campo, y ninguno rehusó. Chiquilín, que lleva varios años retirado y hoy dirige la Escuela Taurina del Círculo, reconoció no obstante que parte con desventaja. "Tendría que prepararme a fondo y entrenar, pues no me gustaría perder", dijo con gracia.
También dio la amena charla para momentos serios, principalmente cuando Finito mostró su malestar por la situación que vive la fiesta y cuando señaló que ha faltado unidad en la defensa de la misma. El sueño de todos los presentes, y que Finito y Rafael secundaron, fue que ojalá en la Escuela Taurina haya ya un par de chavales que puedan reeditar un duelo como el que ellos protagonizaban. Difícil parece en estos tiempos convulsos. Fue hermoso en todo caso ver como dos diestros otrora enfrentados se tuteaban y se reconocían sus méritos de aquellas viejas batallas mientras un retrato en blanco y negro de Manolete los vigilaba en silencio. ¿Que pensaría de todo lo que se habló el Monstruo si viviese?
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