Todo lo que tengo cabe en una maleta
Fecha: viernes 8 de mayo. Lugar: Teatro de la Axerquía. Tres cuartos de entrada.
Escuchando cantar a Vanesa Martín en la Axerquía me acordé de ese chaval al que encontraron escondido en una maleta. Encogido. No era más que un niño, pero aquello no era una broma de tarde en el desván. Era una frontera de barcos a la deriva. Vanesa brillaba sobre la Axerquía como una experta contorsionista que, al igual que el viajero velado, también traía en una maleta todo lo que tiene. Incluidas tablas y salvavidas. Si su equipaje incluyera solo canciones sería demasiado fácil. Y así, cierra los ojos y acarrea por los escenarios mucho del tesón de todos estos años, ese que la ha traído hasta estos bosques en los que se haya metida, viajando en la cola del viento. Hay por ahí dentro raíces hondas de toda la densa poesía con la que ha labrado su rastro, de esa que llena de garabatos la libreta, esa con la que casi podemos tocarla. Y al fondo esconde una timidez mal disimulada, innata, flotando mientras pierde la cabeza y se desnuda.
El viernes Córdoba la esperaba con un teatro ya rendido antes de que descorriera las cremalleras. Sueña agazapada con cosas que otros ya hemos soñado antes. Nos tira el discurso al suelo. No lleva su escenario grandes despliegues ni mil luces o proyecciones. Hay una semioscuridad que susurra que la magia no está en los adornos, sino en lo que canta, en lo que va recitando sin pararse a pensar. Todos sabíamos ya lo que saldría de su maleta, no hacía falta escáner que la delatara. Esta vez venía sola, y el concierto era únicamente suyo; un paso de gigante en el que ha soltado las riendas para abrazarnos por detrás con fuerza. Las expectativas de ver lo que sería capaz de hacer con la noche eran humo de una gran pregunta. Escuchar a Vanesa Martín en directo es como emprender un viaje en el que no sabes dónde acabarás vagando, pues su baraja va marcando dudas y recuerdos, placeres y decepciones, como el que reparte juego para que hagan apuestas los que se pierden del mundo.
Su voz nada tiene de especial, ni de prodigiosa. No hay exhibiciones, porque la lava está dentro. No hubo bengalas en la noche, ni siquiera tiramos cohetes. Se equivocan si buscan en esa página sus virtudes. Las que son, las trae condenadas: sentimiento, sensibilidad, profundidad, sencillez, dulzura…, sus confesiones son descarnadas, atrevidas, descaradas, prohibidas… Hace el trabajo sucio para los que no sean capaces de decir claramente qué está pasando con su vida, sus emociones y sus pasiones. Y no lo hace con gusto, porque se la intuye desgarrada en cada revelación, pero sabe que solo ese es el camino. Es ahí dónde esta malagueña ha encontrado su particular destino: siendo capaz de resumir en unos versos y un estribillo cosas cotidianas a las que pinta de color dorado, para regalo. Desordenando sueños.
Tiene la complicidad de una banda de músicos que sienten hondo lo que escriben. Que entienden su gran don. Ese que un día fue un hilo descuidado del que empezó a tirar, y acabó encontrando ahí la razón de ser. Sueña agazapada en la frontera, aunque se pasee con zapatos de tacón de aguja por el escenario. Se retuerce en la caja de historias pendientes, como aquel niño en su maleta. Introspectiva, como ese pequeño espacio a oscuras en el que viajaba no sabemos qué esperanza. Ambos tienen algo en común. Ambos guardan en una maleta todo lo que tienen.
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