El hombre almohada | Crítica

Cuando los cuervos crían

Escena de 'El hombre almohada'.

Escena de 'El hombre almohada'. / IMAE Gran Teatro

La adaptación al castellano de El hombre almohada, de Martin McDonagh, llegó al Gran Teatro el pasado viernes para darnos una bofetada de cruenta ficción que de vez en cuando ocupan titulares de noticiarios.

En una lúgubre estancia de calabozo, dos policías retienen a Katurian, escritora de cuentos macabros que consideran responsable de una serie de crímenes que reproducen con gran detalle algunas de sus historias. A lo largo del interrogatorio, los agentes rebelarán que su hermano con discapacidad mental ha confesado perpetrar los crímenes inspirado por los relatos que tantas veces escuchó en boca de Katurian. Consciente que no va a ser posible salir con vida del lugar donde está retenida, la escritora decide auto inculparse de todos los asesinatos (los que realizó su hermano y algunos propios que nunca se investigaron) con el propósito de proteger su obra.

No se ha escatimado recursos en la producción para recrear el texto, destacando el gran trabajo de Ricardo Sánchez Cuerda a cargo de diseño escenográfico y de máscaras. David Serrano hace gala de esa prolífica creatividad que demuestra adaptando a la escena nacional obras literarias y musicales de éxito. En esta ocasión, asume el reto de tomar la obra teatral más relevante de McDonagh, la cual fue estrenada en 2003.

Su intento de contemporizar la trama al equilibrar género convirtiendo en mujeres el papel protagonista y un policía sirve para regalar al espectador las fabulosas interpretaciones que Belén Cuesta y Manuela Paso realizan. Al mismo nivel se colocan sus compañeros varones, Ricardo Gómez y Juan Codina. El cuarteto se entrega a fondo en la complicada tarea de sostener la obra durante dos horas y media. Muestran generosidad prestando sus emociones o relegándolas, como es el caso de Ricardo Gómez a la hora de confeccionar un cuadro de discapacidad aceptable.

El hombre almohada es un relato impactante con lenguaje directo repleto de violencia psicológica, física y verbal propio del teatro in yer face surgido hace tres décadas, influenciado por las ideas de Antonin Artaud y capaz de digerirse gracias al humor negro como recurso para aliviar tensión. Su mensaje habla sobre lo determinante que puede ser nuestra infancia y cómo se destruye si somos criados por gente depravada. Como adulto, cada cual afronta los traumas y de una manera u otra los manifiesta en sus acciones. Para bien y para mal.

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