Historia Taurina

El luto riguroso de Joselito

  • El torero vistió un traje negro bordado en azabaches en su primera corrida tras la muerte de su madre

El luto riguroso de Joselito.

El luto riguroso de Joselito.

La tensión late en las calles de Barcelona. La ciudad Condal se encuentra paralizada. Aunque se muestra una solución cercana, los disturbios son la nota diaria. A final del mes de enero, los trabajadores de la empresa Riegos y Fuerza del Ebro S.A se sintieron agraviados por decisiones acometidas por la empresa. El despido de cinco trabajadores fue el detonante para que sus compañeros, en solidaridad con los afectados, se declarasen en huelga.

Las reivindicaciones de la clase obrera se extendieron rápidamente por toda la ciudad, dejando a ésta paralizada. El gobierno trató por todos los medios de zanjar la situación y, ya entrado marzo, envió como emisario a José Morote, subsecretario de la presidencia, para tratar con los representantes de los trabajadores una solución a los problemas. El acuerdo estaba cercano, aún así, la ciudad estaba completamente parada.

Todo estaba paralizado. La actividad era nula, incluso la prensa había secundado la huelga. Pese a todo, ese domingo 16 de marzo de 1919 se anunciaba una corrida en la plaza de toros de Barcelona. En los carteles una ceremonia de alternativa. Ignacio Sánchez Mejías se convertiría en matador de toros, apadrinado por su cuñado Joselito, en cuya cuadrilla se formó como torero, y con Juan Belmonte de testigo. Seis toros de Vicente Martínez esperaban en los corrales del coso catalán.

En una habitación del Hotel Oriente, Paco Botas, mozo de espadas de Joselito, preparaba en una silla la indumentaria que el llamado rey de los toreros luciría esa tarde. Llamaba la atención el traje de estreno confeccionado por el sastre Uriarte. Negro bordado en azabaches, pasamanería y negro terciopelo. Un traje triste a pesar de su enigmática belleza y que Joselito encargó en Madrid en unos momentos tormentosos y lúgubres de su vida. El espíritu del menor de los gallos estaba apesadumbrado. La pérdida de su madre le había golpeado muy fuerte, tanto que el alma desgarrada hizo mella en su mortal cuerpo.

Traje. Traje.

Traje.

Los desvelos y tristezas habían comenzado en el invierno de 1918. Su madre, la señá Gabriela tenía la salud muy quebrantada. Joselito, quien sentía por ella un amor profundo, hizo que fuese visitada por ilustres médicos, quienes coincidieron en su diagnostico. La otrora grácil bailaora gitana, estaba herida de muerte.

Cuando falleció prematuramente su padre, el señor Fernando el Gallo, fue Gabriela quien sacó adelante toda la prole. José al ser de los más pequeños tenía un nexo muy profundo con ella. El amor que por ella sentía era inmenso. Aplazó sus contratos en América y quedó postrado junto a su madre para el final de sus días. El 25 de enero de 1919 se produjo el fatal desenlace. Joselito, roto por dentro, entró en una profunda depresión.

No era el mismo. Huía de la soledad y no mantenía buena relación con sus hermanos, lo que hacía que estuviera realmente solo. Fernando no aceptaba su sino de no ser nadie en el toreo. Rafael se empeñaba en reaparecer obviando los deseos de Joselito. Tampoco podía refugiarse en sus amores imposibles con Guadalupe de Pablo Romero. Todo era obscuro en la vida de Gallito.

Pero el hombre vivía por y para el toro. La campaña de 1919 contaba con el aliciente del regreso de Juan Belmonte. Joselito, pese a sus negras duquelas, tenía que prepararse para una temporada en que no quería dejarse ganar la pelea. Se enclaustró en el campo. Los Mora-Figueroa, singular estirpe ganadera, le abrió las puertas de su finca Las Lomas. Allí el hombre, pese a la tempestad que asolaba su espíritu, se tonificó y se puso a punto para no dejarse ganar la pelea por nadie.

Desde la habitación del Hotel Oriente, Joselito mascullaba sus penas, pero a pesar de todo, tenía que demostrar quién era. El ruido de las calles percutía en sus oídos. Se abstraía en su mundo, en sus pesares, en la lucha entre sus penas y las ansias de gloria en el ruedo. Tormentosas tuvieron que ser aquellas horas previas a la corrida. Poco a poco fue vistiendo de luto en memoria de su madre. Luto riguroso para aquella temporada de 1919. Sin darse cuenta y a pesar de sus tormentos, Joselito se vio en la puerta de cuadrillas. Sus banderilleros le ayudaron a liarse el capote de paseo, también de luto, para así partir plaza por vez primera en aquella temporada luctuosa.

La plaza está llena, a pesar de la huelga, y la tropa torera con su variedad colorista parte plaza. La corrida es exitosa. Los toreros triunfan. El público, gracias a lo que ve en el ruedo, logra evadirse de los problemas que le atenazan desde finales de enero. Joselito, haciendo lo que mejor hace, también olvida la reciente perdida de su madre. La realidad vendrá después, cuando en la habitación quede el traje negro y azabache, luto riguroso, vacío y hueco. Sin vida. Será entonces cuando no podrá telegrafiar al palacete de la Alameda de Hércules, el habitual parte de la corrida: "Madre, sin novedad. José". A Joselito se le rompió el molde.

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