Cultura

Una habitación para esta luz

  • En este 2017 se cumplen cuarenta años de la publicación de 'Claros del bosque', título capital de María Zambrano, que estará incluido en el próximo volumen de sus 'Obras completas'

A finales de 1977 escribió María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904 - Madrid, 1991) una carta a Juan Fernando Ortega, entonces profesor responsable del Departamento de Filosofía de la Universidad de Málaga, futuro catedrático emérito de la misma y director de la Fundación María Zambrano, en la que apuntaba: "Sufro mucho al leerme. Claros del bosque, que tantos y tan excelentes comentarios ha suscitado, no lo he leído aún. Y el darlo a publicar ha sido también para aceptar ostensiblemente que todo lo que doy es fragmentos en el mejor de los casos. Prefiero el fragmento al esbozo". Zambrano había estado implicada desde comienzos de la década de los 70 en la escritura ciertamente fragmentaria de Claros del bosque, libro capital y clarificador de su pensamiento, publicado por Seix Barral en 1977. Cuarenta años después, no cabe hablar sólo de una obra actual, sino inspiradora en lo que respecta al devenir de la filosofía y la poesía en el siglo XXI. La última recuperación del libro, breve y determinante, corresponde a Cátedra, que lo incluyó en su colección Letras Hispánicas en 2011 con edición al cuidado de Mercedes Gómez Blesa. El año que viene, eso sí, Claros del bosque formará parte del siguiente volumen de las Obras completas que publica Galaxia Gutenberg (junto a De la Aurora, Notas de un método, Algunos lugares de la pintura, Los bienaventurados y Senderos) con edición de Jesús Moreno Sanz y la implicación de la Fundación María Zambrano. La presentación de la nueva entrega tendrá lugar en la Feria del Libro de Madrid.

María Zambrano escribió Claros del bosque en su humilde casa de La Pièce, en el Jura francés, cerca de la ciudad suiza de Ginebra. Se había instalado en la misma a finales de los 60 junto a su hermana Araceli después de que ambas fuesen expulsadas de Roma por el mal olor y las dudosas condiciones de salubridad derivadas de la legión de gatos que ambas llevaban siempre con ellas. Araceli falleció en 1972, después de décadas de batalla contra su mala salud y tras una existencia dramática en la que llegó a sufrir torturas de los nazis tras lograr huir de España en la Guerra Civil. María recibió la noticia mediante una llamada telefónica de la clínica justo cuando se encontraba en su escritorio trabajando en Claros del bosque, que dedicó a la memoria de su hermana. Tal y como describe Gómez Blesa en su introducción a la edición de Cátedra, la escritora, cuyo exilio la había llevado previamente a vivir en otras ciudades como La Habana, México, París y la citada Roma, encontró su soledad particularmente acrecentada tras la muerte de Araceli, pero aún así recibía con relativa frecuencia a familiares y amigos que residían en Ginebra, como su primo Rafael Tomero, Aquilino Duque, Rafael Martínez Nadal, Joaquín Verdú y, especialmente, el poeta José Ángel Valente (Orense, 1929 - Ginebra, 2000), cuya aportación resultó decisiva para el alumbramiento de Claros del bosque: fue de hecho el autor de No amanece el cantor el responsable de aportar coherencia y unidad con vistas a su edición en forma de libro a los fragmentos sueltos que escribía María Zambrano. Más aún, Claros del bosque tuvo su articulación, en gran medida, en los diálogos que mantuvieron Zambrano y Valente en La Pièce desde finales de los 60. Apunta Gómez Blesa al respecto: "Ambos compartieron una intensa reflexión sobre el carácter teologal de la palabra poética como palabra mediadora entre el hombre y lo sagrado, reflexión que nacía del común interés por el especial modus loquendi de los místicos cristianos (san Juan de la Cruz, santa Teresa y Miguel de Molinos) y de la teología negativa en la que éstos se inspiraron (iniciada con el gnosticismo y neoplatonismo de Plotino y continuada por la filosofía patrística, especialmente por Clemente de Alejandría, san Agustín y Dionisio Areopagita), al igual que por la cábala o por el sufismo".

La autora escribió el libro durante su exilio en La Pièce, en el Jura francés, cerca de Ginebra

Esta fértil conjunción creativa coincidió, además del aislamiento y la tristeza tras la muerte de Araceli, con una más que apurada situación económica para María Zambrano, consecuencia de la parsimonia que se empeñaba en mostrar el reconocimiento general a su obra. La autora continuaba reclamando una pensión a las autoridades mexicanas, que rechazaban invariablemente cada petición. Su mayor sustento procedía de los artículos publicados en prensa, que enviaba a un ritmo frenético con la esperanza de ver publicados los suficientes para garantizarse un sustento mínimo. En una desgarradora carta escrita en estos años, María informaba de que con lo poco que ganaba no le alcanzaba ni para comprar jabón. Pero algo empezaba a cambiar, aunque a velocidad de tortuga, sin muchas señales aparentes y, en cualquier caso, demasiado tarde: José Luis López Aranguren había publicado ya en 1966 en la Revista de Occidente una reivindicación de la pensadora a través de un artículo titulado Los sueños de María Zambrano que había causado un profundo impacto en un mundo académico adormecido e incapaz de prestar atención a la veleña con la única excusa de que se trataba de una mujer. En 1971, la editorial Aguilar reunió una selección de sus escritos en un volumen titulado Obras reunidas que significó para muchos lectores españoles el primer encuentro con María Zambrano. En Málaga, en 1976, los profesores Cristóbal Cuevas y el citado Juan Fernando Ortega propusieron por primera vez al Rectorado de la UMA el nombramiento como doctores honoris causa de Jorge Guillén y María Zambrano; el reconocimiento a la pensadora no llegaría, después de enormes dificultades, hasta 1982, cuando ya había recibido el Premio Príncipe de Asturias y seis años antes de que le fuese concedido el Cervantes, pero aquella primera tentativa sirvió para poner el nombre de María Zambrano en un horizonte posible. Tardío, pero cierto.

"En su ser carnal el corazón tiene huecos, habitaciones abiertas, está dividido para permitir algo que a la humana conciencia no se le aparece como propio de ser centro", escribió Zambrano en Claros del bosque a modo de síntesis perfecta de su filosofía. El método: "Hay que dormirse arriba en la luz. Hay que estar despierto abajo en la oscuridad". Y la luz perdura.

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