Un futuro tridimensional
'Avatar', 'Cómo entrenar a tu dragón', 'Furia de Titanes' o 'Alicia': el cine 3D desembarca en la pantalla para quedarse
Mal que les pese a los escépticos que ven en las nuevas tecnologías un sacrilegio contra la esencia narrativa del cine, el 3D está aquí, esta vez sí, para quedarse. O al menos, eso parece. Son demasiadas las señales (proliferación de producciones, récords de taquilla, implantación de la exhibición digital, número creciente de salas equipadas para el formato, inminente lanzamiento de televisores 3D) que nos indican que aquellos primeros y no del todo logrados experimentos estereoscópicos de los años cincuenta (Bwana devil, Los crímenes del museo de cera, Crimen perfecto), para los que se necesitaban unas molestas gafas anaglíficas, han encontrado al fin un perfeccionamiento técnico gracias a los procesos digitales y una aceptación popular sin precedentes como para la implantación definitiva del formato, especialmente entre los géneros que tiran del carro de la industria, el blockbuster y la animación.
De la misma manera que la tecnología del sonido supuso un cambio de paradigma en la historia del cine superando una fuerte resistencia tanto en el seno de la industria como entre los artistas y críticos de la época, que creyeron ver en las películas habladas el fin de un arte mudo (un esperanto de imágenes) que había alcanzado su esplendor estético hacia mediados de los años veinte, el cine tridimensional, un jalón más en la carrera continua por el espectáculo total al que siempre ha aspirado el cine, ha tenido que luchar siempre contra esa idea que tiende a olvidar que, ya desde sus orígenes, el cine trabajó en el ámbito de las sensaciones mucho antes de conformarse culturalmente como forma narrativa híbrida, heredera de la alianza entre la nueva máquina (el montaje), la tradición novelesca o folletinesca y los espectáculos populares del XVIII y XIX.
El cine tridimensional que nos traen ahora Avatar, Cómo entrenar a tu dragón, Furia de Titanes o Alicia aspira a una renovada combinación de narración y sensación, de relato e inmersión, en la que el espectador no se inscribe ya en la ficción como sujeto pasivo para la proyección y la identificación emocional, sino que es invitado a participar de manera casi interactiva en el interior de propia imagen como un habitante de la misma, compartiendo espacio, perspectivas y texturas, casi de manera táctil, con sus protagonistas. Tal y como apuntan Ángel Quintana o Andrew Darley siguiendo a Tom Gunning, la tridimensionalidad, en su búsqueda del espectáculo cinematográfico total e inmersivo, actualiza esa estética de atracciones que define el cine de los orígenes, una estética (de los peep shows de Edison a las féeries de Méliès) que basaba sus principios en la atracción de la mirada hacia fenómenos impactantes y condensados que trabajan de manera directa e inmediata para estimular el ojo desde la autarquía del cuadro.
El informe (Luces y sombras en tres dimensiones) de Dave Kehr que aparece en el último número de Cahiers du cinéma-España recorre la historia, los fracasos y las utopías del cine tridimensional y nos sitúa también ante las consideraciones industriales y estéticas de este nuevo fenómeno a la luz del éxito incontestable de Avatar. Descubrimos así, por ejemplo, cómo las tendencias oscilan hoy entre los efectos de inmersión y los efectos de expulsión, entre esas películas que exploran (y explotan) la tridimensionalidad de la pantalla hacia la platea, arrojando la ficción (y sus objetos) literalmente hacia el espectador (tal y como sucede en algunas cintas de terror como Un San Valentín sangriento 3D) o aquellas otras que buscan integrar al espectador en la profundidad de la imagen tridimensional, tal y como ocurre en las cintas de Zemeckis Beowulf o Cuento de Navidad.
Más allá de estas propuestas en el seno de la industria y el cine comercial, el verdadero debate estético que se abre ahora es el de la viabilidad y las posibilidades expresivas del 3D en otros géneros no espectaculares.
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