Un 'First Dates' de autor
Alberto Olmos se adentra con su reconocible estilo suelto y mordaz en las variantes de las relaciones modernas en 'Tardes tontas con la chica que te gusta'

La ficha
'Tardes tontas con la chica que te gusta'. Alberto Olmos. Impedimenta. 286 páginas. 22 euros
Sobre el amor y sus cuitas usted puede escoger el libro que desee según su estado de ánimo (amoroso, se entiende). Del Libro de Buen Amor del viejo mester de clerecía a El arte de amar de Enrich Fromm o, en clave caribe mágico, El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Eso por poner. En el cine y las series que somos (igual que lo que comemos), quien así lo quiera también puede escoger su propia aproximación a lo que llaman amor. De Deseando amar de Wong Kar-wai a Los puentes de Madison o, elevando la nata montada, Ghost, sin olvido, más últimamente y en versión modernita española, de Los años nuevos de Rodrigo Sorogoyen.
Va leyendo uno en diferentes catas espaciadas estas Tardes tontas con la chica que te gusta de Alberto Olmos (Segovia, 1975) y enseguida nos acordamos de la cita ya clásica de Frédéric Beigbeder (autor de El amor dura tres años): “El amor empieza en agua de rosas y acaba en agua de borrajas”. Se pueden hacer versiones al respecto, como que las únicas flores que duran, sin margen de error natural, son las de plástico.
Olmos se adentra con su reconocible estilo suelto y mordaz en las variantes de las relaciones modernas en los tiempos supuestamente fluidos y transversales de hoy. Decía Juan José Arriola que cuando Dios inventó el monstruo lo que hizo fue crear el arquetipo: la pareja. Alberto Olmos disecciona no tanto el amor como el contrato amoroso. ¿Cómo hemos llegado a la piña boca abajo en el carrito del supermercado para intentar ligar? Es la estupidez, amigos.
La frase de contraportada que acompaña al libro, publicado por Círculo de Tiza (del autor en este mismo sello aparecieron el ensayo Tía buena y Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad), invita al sano ejercicio de reírnos de nosotros mismos ante la mentirijilla, piadosa y autoindulgente, que nos define a partir de la incubación de la cuarentena. Dice así: “La penosa obligación de volver a ligar pasados los cuarenta lleva aparejada una reiteración aún más interesante: volver a mentir”. Esto nos lleva a otra de las frases de la que uno suele echar mano habitualmente en el bar, en la cena de un premio literario, en una entrevista de trabajo (jajaja), en el Tinder o en los reels de Instagram. “Hay que haber leído mucho para poder mentir con total tranquilidad”. Lo decía Vargas Llosa, tal vez como compendio de toda su obra.
Los títulos de estas columnas ya revelan el tono mayormente desprendido de cada una de las piezas aquí recogidas. “A partir del quinto tatuaje, es grave”, “El poliamor está bien, pero es mejor el divorcio”, “La monogamia explicada a los modernos”, “Elsa Pataky prefirió fregar los platos”, “Divorciados en el camping”, “Hombres de 60 años, ¿qué os pasa?”, etc. Salvo nueva orden, que sepamos el autor es un hombre que procede de la escacharrada estirpe de Adán. Como es sabido que hay quien hoy cree fanáticamente en el terraplanismo o que el papa Francisco era un algoritmo creado por una conjura woke, pues habrá quien acuse a Olmos de ser un machista fileteado y de no ser proclive al ¿canon? de la nueva masculinidad. Lectores y lectoras podrán obviamente discrepar de su visión sobre el amor conyugal y el consabido monstruo del que habla: la pareja. Siempre nos quedará como consuelo el Amor victorioso de Caravaggio, mitad amorcillo y mitad diablillo, con sus alas de golondrina y su pilila con fimosis.
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