Música

41 Festival de la Guitarra de Córdoba: Califato ¾ y Tanxugueiras, en ‘defença’ de una ‘identidade’ propia

Tanxugueiras, durante su actuación en el Teatro de la Axerquía.

Tanxugueiras, durante su actuación en el Teatro de la Axerquía. / Miguel Ángel Salas

O te gustan, y te lo pasas pipa; o no te gustan y rezumas odio hacia quien te dijo que era una buena idea ir. Porque las medias tintas no tienen cabida cuando sobre el escenario hay dos propuestas tan puras -con matices-, tan propias e identitarias como las que ofrecen Califato ¾ y Tanxugueiras, grupos que apuestan por la “música de raíz” en su defença -como diría Manuel Chaparro, líder de los andaluces- de un mensaje nacionalista de sus tierras, aquellas en las que empezaron a dar sus primeros pasos y desde las que han salido para conquistar a todo un país: “Llegadas hasta aquí, sabemos que ya nada es imposible”, cantan las gallegas, en su único tema en castellano, ya para despedir una noche de concierto doble en el Festival de la Guitarra de Córdoba para alegría de un público entusiasta.

Abrieron el fuego Califato ¾ dando forma, ya de partida, a esa performance psicodélica en la que convierten cada actuación. Un show en toda regla, con la música en sí, a veces, hasta en un segundo plano, apagada por los gritos y movimientos contantes de Chaparro, junto a Curro Morales y Rosana Pappalardo, los tres pilares principales en los que se sustenta la banda. Entre proclama y proclama de The Gardener en defensa de un andalucismo inerme, reclamando su sitio a esa “matria” que es Andalucía, y un guiño a Córdoba, la “tierra de los califas, Julio Anguita y Antonio Manuel” -y hasta a la donación de órganos “porque ahí abajo ya no te van a valer de nada”-, se cuelan temas como Çambra del Huebê Çanto, Buleriâ del aire acondiçionao o En bûcca y câttura. Todo con un sentido dentro de ese aparente sinsentido que los hace únicos, y ahí está quizás el éxito.

Los sones flamencos de Pappalardo y el sostén musical de Morales permiten avanzar el concierto, sostenido por una base electrónica, sintetizada y de ese breatbeat que a los ya entrados en años les retrotrae a su juventud, e imágenes en el fondo del escenario -hasta de la reciente aparición de la banda en el programa de Juan y Medio- con las sevillanas, a su manera, Pascual Márquez 33, ese peculiar Fandangô de Carmen Porter o Canelita en rama, hasta llegar a uno de sus clásicos, Alegriâ de la Alamea. Poco a poco fluye la esencia e irrumpe la transgresión con esa peculiar versión del cursilismo empalagoso en torno al amor que son Lô amantê de Çan Pablo, desde los que Califato y toda su legión de seguidores se meten en una rave con la que sube el nivel de descontrol.

Así caminan -y hasta pasean en triciclo, caso de Chaparro para añadir más pimienta al show- hacia el final del concierto, para el que los sevillano-malagueños se guardan algunos de esos hits que no le fallan nunca. Suena La puerta y el esperadísimo Crîtto de lâ Nabahâ, con esos sones de Semana Santa aflamencada tan particulares antes de que todo el público presente en el Teatro de la Axerquía se disponga a entonar -o como se diga- la versión del No innô de Andaluçía, con el que la magia del Califato ¾ cerró su paso por Córdoba.

Pero ahí no quedó la cosa. Tras la defença del andalucismo, un viaje a terras galegas; una misma reivindicación de fondo que no es otra que esa “música de raíz” reclamada en más de una ocasión durante la noche, pero una ejecución muy diferente, esta vez sí con la música, la voz, en un primer plano merecido. Pues Sabela, Idoia y Aida, las tres jóvenes que ponen rostro a Tanxugueiras, tienen más bagaje del que pudiera parecer, sobre todo para aquellos que le han puesto cara tras su reciente y polémica aparición en la preliminar del Festival de Eurovisión.

Rosana Pappalardo, con Manuel Chamorro detrás, en un momento del concierto de Califato 3/4. Rosana Pappalardo, con Manuel Chamorro detrás, en un momento del concierto de Califato 3/4.

Rosana Pappalardo, con Manuel Chamorro detrás, en un momento del concierto de Califato 3/4. / Miguel Ángel Salas

Con esos argumentos, las pandeireteiras se marcaron un concierto mágico que, a pesar de ser (casi) todo en gallego, contagió de buenrrollismo a todos, hasta el punto de convertir la pista del teatro en una de baile en más de una ocasión. No faltaron Averno, O querer y esos guiños terruños que son Muñeira de Sísamo o Xota de Limiñoa en el avance de una actuación con mucho ritmo, sin apenas un momento para el respiro, que también tuvo su punto de seriedad con una proclama en defensa del colectivo LGTBIQ+ cuando Sabela recibió una bandera arcoíris desde el público (luego, ya para el final, pasearía igualmente por el escenario otra de Andalucía).

Hubo tiempo también para que sonaran las conocidas Terra y Figa, y ya en los bises, su único tema en castellano: Cambia todo, canción de Muerdo. “Somos empoderadas y en nuestro trabajo no manda ni Dios”, acertó a decir Aida, ganándose unos aplausos que se solaparon con los que provocó el mensaje final, quizás el mejor para despedir una noche de nacionalismo regionalista desde la música: “No hay fronteras. La música de raíz ha venido para quedarse”. Y tanto. Cuidémosla, porque el mensaje va más allá de lo que ocurre durante tres horas encima de un escenario.

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