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De la ex Yugoslavia a Ucrania, repensar la posguerra

'Los soldados que volverán', del periodista y escritor Borja D. Kiza, pone la lente de aumento en el mañana que llega tras la guerra

Residentes locales observan el lugar de un ataque con drones tras un ataque nocturno en Kiev. / SERGEY DOLZHENKO

La ficha

'Los soldados que volverán'. Borja D. Kiza. Txalaparta. 208 páginas. 16,50 euros

Decía Eugenio d’Ors que cualquier guerra entre europeos es una guerra civil. La cita sigue pidiendo marmolina para la posteridad. Pero habría que ver, en todo caso, a qué llamamos Europa, sobre todo cuando hablamos de espacios híbridos, con fronteras culturalmente melifluas o no siempre definidas.

Los mapas se vuelven mosaicos sobre territorios mestizos y las guerras los apisonan trazando nuevas marcas entre países y espacios históricamente convulsos. Ocurrió en el ámbito ex yugoslavo, desintegrado brutalmente en la década de los noventa del siglo XX. Y ocurre ahora, desde el 24 de febrero de 2022, con la guerra en Ucrania y la invasión rusa para “desnazificar” al hermano traidor y disonante. En uno y otro ámbito, el balcánico occidental y el ucraniano, el concepto mismo de Europa se disipa entre los estertores geográficos que llevan al este.

Las guerras se han ensañado casi siempre con los territorios mestizos (pensemos si no en el melting pot polaco en las dos contiendas mundiales o en las minorías turcas de la Tracia búlgara). Sin embargo, después de toda guerra, viene su adenda no menor: la posguerra. Cauterizar el trauma por parte de víctimas y supervivientes resulta a veces tanto o más incómodo que soportar el propio fragor de las bombas. La paz suele ser el tiempo de los aprovechados. La esperanza caduca pronto.

Los soldados que volverán, libro del periodista y escritor Borja D. Kiza (San Sebastián, 1975), pone la lente de aumento precisamente en el mañana que llega tras la guerra. Parte del teatro posbélico que sucedió tras las guerras de Croacia y Bosnia-Herzegovina (1991-1995) y lo enlaza con el escenario que podría barruntarse en la Ucrania del día después cuando acabe –es un decir ahora– la contienda. Dice el autor que le interesa más la llaga que deja la guerra que la guerra misma. Prefiere explorar su otra onda expansiva, justo cuando el espectáculo del conflicto acaba y el foco mediático acude a nuevos abrevaderos de tensión.

Recuerdo al genocidio de Srebrenica en la ciudad bosnia de Travnik. / D. S.

A través de toda una polifonía de voces (soldados, ciudadanos de a pie, sociólogos, cooperantes, filósofos y expertos en relaciones internacionales), Borja D. Kiza nos muestra con su trabajo de campo lo que puede tener en común la transición posbélica en la ex Yugoslavia con el futuro que podría dibujarse tras el actual conflicto entre Ucrania y Rusia. Se vale en buena parte del testimonio, entre otros muchos, de Danijela Mastorović, profesora bosnia en la Universidad de Banja Luka y experta en estudios culturales en el ámbito post yugoslavo. La diáspora por falta de futuro o el riesgo de convertirse en un país improductivo y extrañado de sí mismo –es lo que ha ocurrido en Bosnia-Herzegovina– son algunos de los problemas que podrían repetirse en Ucrania cuando llegue la paz o su simulacro. En ambos contextos, la hipotética llamada de la UE se antoja o una ironía o un embuste para sobrellevar el desarreglo.

Los soldados que volverán es todo un ejercicio de periodismo. El análisis y la emoción gradúan su tono sin menoscabo de la imparcialidad. El lector sacará sus conclusiones a partir del relato de los otros, los que sufren aún hoy la guerra (en el caso ucraniano), y los que soportaron sus secuelas desde la desorientación, la trampa del nacionalismo étnico y el afán de lucro sin pudor ni escrúpulo alguno (en el caso de Croacia sobre todo).

El libro, a través del citado corifeo de voces, huye de todo cliché maniqueo sobre buenos y malos. Rehúye el punto de vista común y aceptado en los medios convencionales. Confronta el sentido del pacifismo con su ángulo oscuro. Muestra la realidad a pelo y da pie a la repregunta o a la matización. Dudar siempre incomoda. Los testimonios del odio a los rusos por parte de los soldados ucranianos dan paso al relato de la contraparte enemiga que explica por qué los rusos, desde el Dombás a Moscú, apoyan en su mayoría a Putin, qué entienden por amenaza occidental o qué significa en su subconsciente la necesidad de preservar el llamado espacio ruso.

Treinta años después del conflicto balcánico, poco libros como el presente desnudan las incoherencias nacionales que se observan en países de nuevo cuño. Es el caso de la actual Croacia, el país miembro de la UE con forma de cruasán. De la guerra de los 90 aún arrastra sus señales. El peso de los veteranos de guerra. La derechización de la sociedad. El influjo del catolicismo. El nacionalismo a ultranza. Dice el escritor y editor croata Nemad Popović que los croatas son “nacionalistas en una geografía equivocada” (la citada forma de cruasán). A su decir, la forma fallida que tiene el país alienta la neurosis nacionalista. A ver qué sale del maltrecho mapa de Ucrania tras la guerra.

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