El escritor en erupción

Ayer se cumplieron cien años del nacimiento de Malcolm Lowry, autor de 'Bajo el volcán', una de las cumbres de la literatura del siglo XX · Su vida estuvo plagada de calamidades y empapada en alcohol

Con su primera mujer, Jan Gabrial, en Cuernavaca, escenario de 'Bajo el volcán'.
Manuel Barea

29 de julio 2009 - 05:00

Es 28 de julio de 1909, miércoles, en Warren Court, New Brighton, y la señora Evelyn Boden no está para bromas. Ha empezado a sentir las primeras contracciones, se acerca el parto. Ese día, además, en el condado de Chesire, al noroeste de Inglaterra, se torra hasta el gato. No son las mejores condiciones, desde luego, para traer al mundo al cuarto de sus hijos tenidos con Arthur Osborne Lowry, industrial algodonero. No al menos para ella.

Como la cabalística y el esoterismo le importan tanto como a su marido, con quien convendrá en llamar al recién nacido Clarence -nombre del que se desprenderá el neófito más adelante- Malcolm Lowry, la mujer no puede en esos momentos siquiera intuir la naturaleza del ser que está a punto de parir. Lo que quiere es acabar. Y pronto. Tan rápido como el coito de nueve meses atrás. Al menos así de claro lo tendrá el fruto de su vientre, que en el futuro llegará a relatar su origen: "Una casualidad de menos de cinco minutos, quizá de cinco segundos, en la vida de un comerciante de algodón".

De esa manera y no de otra será quien está a punto de traer al mundo Evelyn Boden, un muchacho que a las primeras de cambio se mostrará reacio a los planes que su padre le tiene preparados, unos estudios de corte clásico en Cambridge a los que él, en principio, se opondrá. Porque, aunque ella no lo sabe, en cuanto el recién nacido salga del útero habrá emprendido el viaje que nunca termina. Malcolm soltará amarras. "No hay poesía cuando se vive aquí", escribirá.

La atracción de mar será más fuerte que la de la universidad, y convencerá a su padre para enrolarse en el SS Pyrrhus hacia Extremo Oriente. De ahí saldrá Ultramarina, su primera novela. Antes habrá publicado relatos en Fortnightly, revista con cuyos editores se las traerá, adelantando lo que años más tarde hará en su famosa carta a Jonathan Cape, al defender con vehemencia, rigor, independencia y amor cada capítulo de Bajo el volcán. Como escribirá Jorge Semprún, Lowry exige lectores exigentes; él mismo sabe que "a la gente, mientras viaja en tren, no le gusta ni pensar ni llorar. Quieren que se les divierta".

Para cuando se publique Ultramarina ya habrá bebido copiosamente, porque Lowry, recuerda su biógrafo Douglas Day, "sólo se entregó a dos iniquidades: bajar a tierra a emborracharse o permanecer a bordo y emborracharse". Desde los 15 años agarra la botella con el mismo ímpetu con que se sumerge en la lectura de Balzac, Joyce y O'Neill a pesar de pertenecer a "una familia de cerca de Liverpool a la que le gustaba cazar, pero que no se interesaba por cuestiones literarias". Él sí, será lo único que le importará, escribir, y su vida se fundirá con su propia literatura, pues no escribirá sobre nada que no vaya a vivir. Y así Dana Hilliot, Bill Plantagenet, Geoffrey Firmin, Sigborn Wilderness y Ethan Llewellyn -los protagonistas de sus novelas- serán Lowry, y Lowry será todos ellos, antihéroes malditos y angustiados y autodestructivos y también juerguistas, y por supuesto ciegos o resacosos o en barrena a bordo del delirium tremens. No en vano reconocerá en uno de esos prólogos a los que tanto se aficionará que su intención con Bajo el volcán fue la de escribir "la auténtica historia de un borracho". Y se documentará (la loción de afeitar llegará a tener para Lowry más utilidad que la de perfumar y refrescar un rasurado perfecto). Pues de la misma manera que lo hace el Cónsul bajo el Popo, él lo habrá hecho mucho antes, privando "con la sensación de beber tanto como un campesino ruso pegaba a su mujer".

La primera de sus dos mujeres será Jan Gabrial, una actriz de cine que conocerá en Granada en 1933. En Bajo el volcán, el Cónsul evocará a su ex, Yvonne, a la que conoce en el Generalife. La estancia del escritor en España será delirante. Afilará su versión más payasa y siempre se le recordará en los alrededores de la Alhambra como un turista rodeado de niños burlones luciendo un estrafalario y enorme sombrero que él supondrá típico del lugar al tiempo que toca su inseparable ukelele. Ese contraste será otra de sus características: el escritor atormentado del que saldrán páginas con las que "decir algo nuevo sobre el fuego del infierno" será un cachondo mental cuando se tercia. Con Jan se instalará en México y empezará a trabajar en Bajo el volcán después de una temporada internado en un hospital psiquiátrico de Nueva York, experiencia de la que saldrá Piedra infernal.

Y como en México descubrirá las cantinas, y con ellas el tequila y el mezcal, Jan lo abandonará. No lo hará dolorida. En realidad, ella respondía perfectamente al arquetipo de diva de segunda clase en el Hollywood de la época. Lowry se sabrá engañado en más de una ocasión. Eso sí, pondrá en boca de Firmin lo siguiente: "Tampoco debemos olvidar que el alcohol es un alimento. ¿Cómo puede alguien esperar que un hombre cumpla con sus deberes maritales si no se alimenta?".

Y es que a través de sus personajes, Lowry reconocerá que no estar a la altura en la alcoba será uno de sus grandes temores, y quedará atrapado en el círculo vicioso en el que no se sabrá muy bien si beberá para ayudarse en el trance amoroso y el exceso lo llevará al fracaso o si beberá para olvidar su ineficacia sexual que, en más de una ocasión, le echó en cara la Gabrial. Él ahogará el disgusto en mezcal de Oaxaca y la borrachera lo llevará a la cárcel.

Lejos ya de su primera mujer, conocerá a Margerie Bowner y continuará, intercalando pítimas y tajadas, con su obra maestra, que será rechazada hasta por doce editores, saldrá indemne de un incendio que destruirá su cabaña en la Columbia Británica y el manuscrito de En lastre hacia el Mar Blanco y llegará a perder para después recuperarla. Se ha dicho que Lowry es el escritor que más papeles perdió y, bromas aparte por el doble sentido de la frase, es cierto. Afortunadamente para los lectores, Bajo el volcán no se salvará únicamente de las llamas, también superará el arrecife del recorte y las modificaciones que sugerirá un lector de la editorial de Jonathan Cape. Y éste, tras leer la larga carta en la que Lowry defenderá su obra capítulo por capítulo, la aceptará el 6 de abril de 1946.

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