Un director descabalgado por una interpretación salvaje

McConaughey ha logrado el Oscar con esta cinta.
Carlos Colón

17 de marzo 2014 - 05:00

Drama biográfico, EEUU, 2013, 117 min. Dirección: Jean-Marc Vallée. Guión: Craig Borten, Melisa Wallack. Fotografía: Yves Bélanger. Intérpretes: Matthew McConaughey, Jennifer Garner, Jared Leto, Steve Zahn, Dallas Roberts, Denis O'Hare, Griffin Dunne, Kevin Rankin, Lawrence Turner, Jonathan Vane. Guadalquivir, El Tablero.

El problema de esta película es que el realizador canadiense Jean-Marc Vallée cuenta una historia real como si fuera mala ficción, convirtiendo lo verdadero en inverosímil. No está a la altura de lo que cuenta, no tiene fuerzas para adentrarse en este laberinto de dolor, miseria, ambición, miedo, depravación y coraje que representa la historia de un tipo despreciable que protagonizó hechos discutibles, desde luego, pero tan notables como insólitos en un tipo como él.

Tampoco está a la altura, y esto es lo peor, de la aparatosa, espectacular y a la vez honda interpretación de un Matthew McConaughey que, de ser un actor mediocre con una carrera errática, se está reinventando como uno de los mejores intérpretes del momento. McConaughey hace eso siempre tan admirado y premiado de transfigurarse hasta ser casi irreconocible, adelgazando con riesgo para su salud, para crear a su personaje. Pero no es este alarde físico lo que hace grande su interpretación. Está la voz, que no puede maquillarse. Y está la mirada, que no adelgaza. En ella está la grandeza y la verdad de esta interpretación que rompe, en vez de favorecerla, una película en la que no cabe. Porque la perfección del trabajo de McConaughey no hace sino acentuar las imperfecciones de la película.

El guión no administra bien la información que maneja. El electricista y vaquero de rodeo alcoholizado, cocainómano, grosero, violento, homófobo y corto de luces que protagoniza esta película parece tocado por la gracia cuando le dicen que tiene sida (estamos en los letales 80 de la pandemia del virus), como si la enfermedad fuera su Damasco, y de un día para otro este penoso ejemplo de "basura blanca" confinado en lo peor de su minúsculo universo texano se convierte en un hombre de negocios (sucios o cuando menos discutibles) que recorre el mundo -de Tokio a Ámsterdam- para comprar y vender clandestinamente medicamentos contra el sida prohibidos por la FDA (Food and Drug Administración), la agencia gubernamental que regula todo lo concerniente a la comercialización de productos -comida, medicinas o cosméticos- que tengan incidencia en la salud. Y con ello se convierte también en un campeón de la lucha contra los intereses de las grandes compañías farmacéuticas. Un campeón, desde luego, tan poco desinteresado como las grandes corporaciones.

El mediocre guión de Craig Borten y Melisa Wallack cuenta la historia sin matices al convertir al vaquero en el bueno y a los hospitales, los médicos y la FDA en los malos de cartón piedra; y sin progresión dramática que haga creíble la evolución del protagonista. El tratamiento del personaje del socio transexual, interpretado por Jared Leto como un estereotipo exagerada y peligrosamente próximo al dramón de reinonas, no beneficia ni al guión ni a la película. La doctora comprensiva interpretada por Jennifer Garner es un personaje aún más tópico y previsible. En cuanto a la dirección, está claro que el realizador de la pésima Café de Flore o de la aseada pero plana La reina Victoria no tiene fuerzas para cabalgar esta historia y este actor.

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