La fiesta del Chivo | Crítica de teatro

Los 'buenos' tiempos

Juan Echanove, en un momento de 'La fiesta del Chivo'.

Juan Echanove, en un momento de 'La fiesta del Chivo'. / IMAE Gran Teatro

La flexibilidad de las nuevas restricciones empujó al público cordobés a completar el aforo disponible del Gran Teatro para ver la adaptación a escena de La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa.

La fiesta del Chivo gira en torno a la vida del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Los hechos históricos se mezclan con licencias literarias para sumergirnos en la deshumanización que caracteriza al protagonista, fruto del inmenso poder que abarca.

Trujillo es un líder omnipotente y megalómano. Su narcisismo es secundado por la tropa de acólitos que ocupa cada gobierno que elije y siempre maneja como titiritero supremo. Durante las tres décadas de su mandato, el terror se instaura como forma de estado en la República Dominicana, donde la aparente prosperidad y estabilidad política se consigue a golpe de genocidios, torturas, violaciones y otros crímenes de lesa humanidad.

Trujillo en la Tierra y Dios en el Cielo. O estás con El Jefe o simplemente dejas de estar. Lo sabe muy bien el círculo de fieles que rodea al líder y caer en desgracia significa la condena eterna. Sobre este panorama, Vargas Llosa confecciona un relato con tres líneas entrelazadas que se alternan: el regreso a la isla de Urania Cabral, hija de un presidente del Senado, 30 años después de la muerte de Trujillo; los días previos al magnicidio del dictador; y la preparación del atentado por los asesinos.

Tras representar El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, el binomio Saura-Grueso se reúne de nuevo para plasmar sobre la escena la novela de otro Nobel latinoamericano. Natalio Grueso realiza una adaptación centrada en las historias de Urania y la de los últimos días de Trujillo junto a sus leales subalternos, condensa la acción y obtiene un cuadro fidedigno al texto original.

Para plasmarlo, Carlos Saura toma las riendas firmando toda la puesta en escena, diseñando un conjunto de vídeo, dibujos, vestuario y elementos que encajan a la perfección. Todo potencia aún más si cabe al prodigioso reparto que interpreta de manera soberbia.

Lucía Quintana cautiva con un trabajo de enorme peso al conectar las dos líneas temporales. Eduardo Velasco, Gabriel Garbisu, Eugenio Villota y David Pinilla ejecutan de forma excepcional sus respectivos papeles. Actriz y actores catapultan con generosidad a Juan Echanove, quien asume la responsabilidad de encarnar a este personaje atroz y esperpéntico, pero manteniendo la disciplina y el respeto de no caricaturizarlo. Juntos recibieron emocionados el interminable aplauso que el público, en pie, les regaló al finalizar la representación.

Progreso, Democracia, Libertad, Justicia... Derechos fundamentales que según cuándo y dónde adquieren la forma de aquellos que tienen el poder de proporcionarlos. Desgraciadamente, la Historia nos enseña cómo en muchas ocasiones la arbitrariedad se instauró como norma. Para quien lo disfrutó quedará el recuerdo dulce de haber vivido mejor y para quien lo sufrió, la amarga necesidad de recuperar la dignidad arrebatada.

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