El mago | Crítica

Mentiras convincentes

Una escena de 'El mago', de Juan Mayorga.

Una escena de 'El mago', de Juan Mayorga. / Laura Martín

Nuevo comienzo de temporada en Gran Teatro con entradas agotadas para la primera función programada por el Instituto Municipal de Artes Escénicas (IMAE). La obra responsable de colgar el cartel de "no hay billetes" ha sido El mago, de Juan Mayorga, quien también asume la dirección del texto.

El regreso a casa de una mujer que continúa en trance inducido por hipnosis durante un espectáculo de magia marca el punto de partida donde el resto de personajes tratará, cada uno a su modo, de dar significado y resolver el conflicto.

La incredulidad inicial gradualmente se irá diluyendo en favor de la ilusión planteada. Solo el esposo de la hipnotizada mantiene su antagonismo hasta prácticamente finalizar la representación, momento donde la magia del teatro, con su doble juego entre realidad y ficción, termina por revelarse inexorablemente al espectador, que al salir del teatro regresará a la calle a interpretar el papel que le toca vivir, quizá de una manera más consciente o no.

Sobre este planteamiento metafísico y su dialéctica, Mayorga transporta su obra al código teatral óptimo capaz de mimetizarse a la perfección sobre la escena, incluyendo el humorismo cómo recurso para eliminar fisuras y hacer la función más llevadera.

En un intento de atar cualquier cabo y hacer tangible el mensaje, también asume la dirección, un riesgo con resultado menos rotundo ya que el público queda disgregado tanto en opinión como en interés por lo que ocurre en escena.

Salvado lo anteriormente citado, no ha dudado en rodearse de lo mejor de lo mejor para llevar a cabo este proyecto: sobre la magnífica y reconocible escenografía diseñada por Curt Allen Wilmer trabaja un colosal reparto que llena el espacio con cada gesto y palabra.

Cada uno de los actores y actrices se emplea a fondo en un ejercicio interpretativo magistral digno de todo el respeto y que el público supo reconocer con su sincero aplauso al finalizar la representación.

El mago invita a reflexionar sobre nuestra identidad y como esta queda definida en el contexto que nos rodea. La eterna pregunta a quiénes somos y la razón de nuestros actos también queda expuesta a una interpretación externa que en la mayoría de ocasiones no coincide con la propia. Ante tal dilema, parece imposible dilucidar qué es verdad o mentira. Puede que el tiempo ayude a aclararlo.

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