El castigo sin venganza | Crítica

Cuando el Honor apuñaló al Amor

Una escena de la obra, el pasado miércoles en el Gran Teatro.

Una escena de la obra, el pasado miércoles en el Gran Teatro. / Laura Martín

Mayo vuelve a inundarnos de festividad y la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha querido sumarse visitando el Gran Teatro con su última producción. A través de El castigo sin venganza de Lope de Vega conoceremos devaneos libertinos, matrimonios concertados, amores imposibles, celos, adulterio, traiciones y mucho deshonor que necesita restitución de manera implacable, pero con la suficiente astucia para no revelar el móvil del fatídico desenlace.

Una historia que en manos de guionistas actuales protagonizarían personajes de nombres como Carlos Alfredo, Hipólito Antonio y la bella Agua Marina.  Afortunadamente, hablamos del Fénix del Siglo de Oro y su magistral lenguaje que, pese a sernos con el tiempo cada vez más extraño, aún conserva la capacidad de conmover.

La producción despliega todo el potencial que facilita una institución con respaldo público y no escatima en todos los recursos posibles: maravillosa escenografía, tanto en lo original como funcional, cuidado diseño de luz y espacio sonoro que, junto a la inclusión de la voz cantada, conforman una puesta en escena muy elegante.

La hábil dramaturgia que realiza Álvaro Tato sobre el texto original favorece el desarrollo de la representación, comprimiendo la acción principal sin pérdidas. Ello unido al ritmo que imprime Helena Pimenta logra que la representación se desarrolle en algo más de noventa minutos.

Un dinamismo que también puede jugar a la contra si el verso toma un punto de velocidad que limite por momentos a quien lo interpreta, más preocupado en mantener la carrera que por asegurar la intención.

Pese a este riesgo que hay que correr para no cansar al personal que contempla, el elenco se emplea a fondo y regala una función que mantiene y entretiene. Es obligado destacar el trío que protagoniza la obra, formado por Joaquín Notario, Rafa Castejón y Beatriz Argüello, que supieron estar a la altura de lo exigido y deleitaron al público con sus intervenciones.

Con 69 y una vida corrida como para haber protagonizado una de sus obras, Lope de Vega entrega firmado El castigo sin venganza, un texto tan magistral en su elaboración que por enésima vez consiguió hacer sombra a los jóvenes dramaturgos que pujaban por acaparar su fama alegando ostentar mayor estilo. Cosa buena que tiene la edad.

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