Cultura

Un cadáver bien maquillado

Fecha: lunes 11 de julio. Lugar: Gran Teatro. Casi lleno.

Las noches en el Pez Espada siempre tenían su medida de glamour y alcohol. Sinatra se sentaba allá al fondo con aquella chica cubana, como queriendo controlar a todos los que reían y bebían mientras Julio Iglesias o Raphael cantaban en el escenario. El hotel era su refugio mientras rodaba en Torremolinos El coronel Von Ryan. Ese ambiente de pajarita y cócteles, de swing y crooners, venía a mi cabeza mientras en el Gran Teatro sonaba la inenarrable música de The Clayton-Hamilton Jazz Orchestra junto a la voz y la guitarra de John Pizzarelli. Habíamos dado un salto en el tiempo hasta encontrarnos frente a frente con el cadáver bien maquillado de un Sinatra homenajeado con buen gusto, tratado con todo el respeto y los honores que su talla musical merecen, y sin tener que viajar a Las Vegas. Ni siquiera al Pez Espada.

Todo comenzó en clave de jazz, a la antigua usanza, con un empaque demoledor. Como en las gloriosas orquestas de los 50, los metales se erigieron en protagonistas de un arranque que hacía presagiar lo mejor. John Clayton simultaneaba su labor como director con la de excepcional contrabajista, instrumento que también fue pidiendo su sitio al igual que el resto de la base rítmica, la batería de Hamilton, que tuvieron su bendito protagonismo hasta que Pizzarelli apareció en el escenario.

A pesar de que el vocalista se ha atrevido con tributos de todo tipo, y quienes le conocen bien aseguran que podría imitar a casi cualquier cantante, no tuvimos la sensación de asistir a una mera recreación de la voz y los modos de Sinatra. El resultado tenía personalidad propia más allá de la inevitable presencia del espíritu de Frank. En cuanto a su guitarra hay que alabar la capacidad para arrancar palabras más que notas y conseguir de esta manera que el instrumento se convirtiera en vocalista, recreando de esta forma algunos de los clásicos de Sinatra, a quien Pizzarelli profesa un inusitado respeto y admiración.

Como no podías ser de otra manera, la orquesta hizo guiños a algunos de los ingredientes de los combos originales, como las bromas entre músicos, chistes, anécdotas y una genial puesta en escena en las que el ritmo lo abrazaba todo. Tampoco defraudaron en absoluto los arreglos que lucieron las viejas canciones de La Voz, sofisticados y ricos en detalles, aunque no por ello recargados. Cada pieza sonó compacta y con pegada, resultando el repertorio sobre todo caballeroso y fiel con las piezas originales. La voz susurrante de Pizzarelli parecía arrastrarse por entre los metales en busca tal vez del espíritu del divo americano, aquel excéntrico y legendario tipo que se sentaba al fondo del Pez Espada con la intención de controlarlo todo, hasta el maquillaje de su propio cadáver.

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