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Armenia, la novela del pasado

DE LIBROS | HIC SUNT LEONES

‘Hic sunt leones’ (Armaenia), de Katarina Poladjan, escritora alemana pero nacida en Rusia y de origen armenio, podría encuadrarse como “novela de aproximación” al debatido asunto del genocidio de la raza mártir

La escritora Katarina Poladjan (Moscú, Rusia, 1971). / D. S.

La ficha

'Hic sunt leones'. Katerina Poladjan. Traducción del alemán de Ibon Zubiaur. Armaenia Editorial. 300 páginas. 23 euros

El muy estudiado genocidioarmenio, ocurrido en plena Primera Guerra Mundial por parte del gobierno turco (sus consideraciones históricas ocuparían toda la presente y hasta el periódico entero), ha generado, con desigual fortuna, su buen número de novelas y películas basadas en el gran trauma del pueblo armenio. Armenia es como un nombre del pasado. Uno recuerda la conmovedora novela El silencio de los susurros, del rumano pero de origen armenio Varujan Vosganian, y también Una herencia peligrosa, del turco alemán Zafer Şenocak. Ambas fueron publicadas por la editorial Pre-Textos.

Más entre el ensayo y la novela histórica, G. H. Guarch, escritor español asombrosamente prolífico, es autor de las interesantes pero menores El manuscrito armenio (Almuzara) y El árbol armenio (Ediciones del Bronce). Entre la prosa poética y la literatura viajera, Armenia en prosa yverso (Acantilado), de Ósip Mandelstam, es uno de los más bellos libros dedicados al país donde la sangre remite al zumo de la granada (recuérdese la bellísima película El color de la granada de 1969 del soviético Serguéi Paradzhánov).

En el cine más reciente, Ararat de Atom Egoyan y El padre, del turco alemán Fatih Akin, son acaso las dos mejores películas que han abordado el lacerante pasado de los armenios, sin olvido de Aurora’s Sunrise, el documental animado firmado por Inna Sahakyan. Menores, incluso malas y un punto sonrojantes, son La promesa, de Terry George, y la infame El destino de Nunik, con la actriz sevillana Paz Vega como protagonista.

Hic sunt leones, de Katarina Poladjan, la escritora alemana pero nacida en Rusia y de origen armenio, podría encuadrarse como “novela de aproximación” al debatido asunto del genocidio de la raza mártir, como fue el caso también, entre otras, de La bastarda de Estambul de Elif Shafak. En la novela de Poladjan, su protagonista, la restauradora de libros antiguos Helen Mazavian, viaja a Armenia desde Alemania, invitada por el Instituto Mesrob Mashóts de Ereván, para aprender el oficio en el arte de la encuadernación al estilo armenio.

El título de la novela, Hic sunt leones, es un latinazgo (“Aquí hay leones”) que remite a una frase que históricamente se usaba en los mapas medievales para marcar áreas inexploradas, peligrosas y desconocidas. En este contexto, los leones simbolizaban lo misterioso y lo potencialmente peligroso, como advertencia a los viajeros que se adentraban en lo ignoto. A modo de metáfora hacia lo desconocido (el rastro perdido de sus propios ancestros armenios en Turquía), lo que la protagonista realiza aprovechando su estancia (aparte de trabajar como restauradora, de pulsar la vida noctámbula en Ereván y de mantener algún que otro romance urgente), es un periplo por el Mar Negro y el este de Anatolia. Su viaje obedece a un compromiso algo ambiguo, lo que la llevará hasta Ordü, en la costa del antiguo Pontos Euxinos. Luego continuará por Kars, de donde sí es originaria su familia (se menciona Nieve, la novela que el Nobel Orhan Pamuk dedicó a esta extraña ciudad turca y medio rusa a modo de thriller). Por último, acompañada por un kurdo, recorrerá el lago Van y la zona fronteriza y vigiladísima entre Turquía y Armenia, donde el paisaje muestra la anomalía del bíblico Monte Ararat, icono nacional armenio, pero hoy ubicado en territorio turco.

Gustará esta novela, entre otros, a quienes estén interesados en bibliofilia antigua y, de paso, en la ancestral historia de Armenia (donde el primer zapato del mundo, el primer pan y la primera nación en adoptar el cristianismo como religión de estado). Como “novela de aproximación” al genocidio armenio, Hic sunt leones se bifurca narrativamente en el pasado, en torno a dos niños armenios de Ordü (de ahí el periplo). Ambos, la hermana mayor Anahid y el pequeño Hrant, consiguen escapar de la matanza de los turcos en 1915 y se llevan consigo, en su precipitada huida, una pequeña biblia que, más de un siglo después, será la que tenga en sus manos la restauradora Helen Mazavian en el Instituto Mesrob Maschóts.

El nombre mismo de este centro en Ereván remite al monje y lingüista creador del alfabeto armenio, dotado de 36 signos para otros tantos 36 sonidos, y que fue concebido para la lectura de la Biblia en lengua armenia (a la Biblia se le llama “el aliento de Dios”, Asdvadzashunts). Las biblias armenias solían ser pequeñas y manejables para que el usuario pudiera llevarlas consigo bajo el brazo. Si había que huir de las cíclicas matanzas (no sólo la de 1915, sino de los pogromos realizados en tiempos del sultán Abdülhamit entre 1894 y 1896), lo primero que uno se llevaba consigo como amuleto era la Biblia. Armenia es siempre la novela del pasado.

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