El amor o cómo arden las ninfas
El último libro de Benjamin Lacombe es una celebración del romanticismo en su cariz mitológico


Los amantes de los libros ilustrados celebran la existencia de Benjamin Lacombe (París, 1982) como si del mismísimo Redentor se tratara. El joven artista francés ha revitalizado el género, constituyente de un verdadero sector editorial en sí mismo, hasta niveles insospechados. Comparado habitualmente con Tim Burton (cualquier atisbo de imaginación en la contemporaneidad parece condenado a la vinculación con el director de Ed Wood; baste señalar, no obstante, que, cuanto menos, Lacombe es bastante menos grotesco, posee un humor más contenido y luce una expresión más delicada), el secreto de su éxito se encuentra en su adscripción romántica, clásica en su intención pero significativamente reveladora para el lector de hoy, asombrado por su despliegue vintage, más cercano a la curva que a la línea, pero más aún capaz de fabricar una fragilidad siempre al borde del quebranto. Por más que Lacombe también revisitara Alicia en el País de las Maravillas (con bastante más fortuna que Burton, por cierto), quizá su trabajo más poderoso sigan siendo los Cuentos macabros en los que prestó sus colores a Edgar Allan Poe. En España, la editorial Edelvives ha contribuido decididamente a su popularización a través de su celebrada Blancanieves y de otros títulos compartidos con el escritor Sébastien Perez, como el asombroso Herbario de las hadas (indispensable referencia de la última literatura fantástica) y la Genealogía de una bruja, capaces de seducir tanto a grandes como a pequeños (cabe indicar, eso sí, que el autor ha ganado en accesibilidad a lo largo de su aún corta trayectoria, desde unos orígenes más radicales hasta la suavidad del presente). En su última entrega, publicada este mismo otoño de nuevo por Edelvives, y al igual que hiciera en Melodía en la ciudad y en la también recientemente aparecida Cereza Guinda, Lacombe asume la creación tanto del texto como de la ilustración. El resultado es una de sus mejores obras. Y un regalo espléndido para encargar a los Reyes Magos.
Ondina aborda un asunto bien tratado en la literatura romántica y en las mitologías occidentales: el del amor, siempre trágico, que une a los seres humanos y las criaturas mágicas. El protagonista, el caballero Herr Hans de Ringstetten, encuentra en plena puesta a prueba de su honorabilidad a Ondina, una ninfa que habita en un lago, de la que se enamora perdidamente. El amor correspondido, de hecho, se convierte en causa de su perdición. Pero la vieja consigna del Carpe diem, que había prendido ya antes del Renacimiento, sirve al héroe como coartada para aceptar el fuego de la desdicha. Lacombe se inspira especialmente en la Undine que Friedrich de la Motte Fouqué escribió en 1811y que se mantiene firme en el trono del romanticismo alemán. El propio barón Fouqué, a su vez, como romántico de libro, había recurrido a las fuentes precisas: en las mitologías nórdicas y escandinavas, la ondina es una ninfa acuática que vuelve locos a los viajeros con sus cantos; es decir, es la traducción al frío de las sirenas que Homero acuñó en la Odisea y cuyo origen se pierde en el alba de los tiempos. El material del que se sirve Lacombe es el mismo que ya trataron Ovidio y Apolodoro, el amor entre espíritus y mortales como metáfora de la locura y la ruina moral. En Ondina la tragedia es apenas un susurro, pero no por ello es menos ardiente.
Como libro-objeto, el volumen da exactamente lo que promete: la maravilla a través de hermosas ilustraciones dobles, de una descomunal poética evocadora, y de una selección de láminas transparentes que, acertadamente, no estorban en la lectura sino que aportan sus propios argumentos. La belleza aquí es ley. Mejor rendirse.
Benjamin Lacombe. Edelvives, Madrid, 2012. 44 páginas. 19,90 euros.
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