Vuelva usted mañana
Se cumplen 200 años de la muerte del periodista más ácido y crítico con la España de su tiempo, alguien que no pudo soportar ni el desengaño amoroso ni el desengaño moral
Los que habitualmente utilizamos la opinión en los medios de comunicación escritos tenemos en nuestra mesa de trabajo el tomo de los artículos de Mariano José de Larra -nacido hace 200 años en Madrid, un 24 de marzo de 1809-, por si alguna vez perdemos el norte y nos alejamos no sólo de la realidad, sino de como transmitirla.
No escribimos con pluma de ave -o de ganso, como el joven periodista madrileño diría-, sino en el ordenador, a veces rebelde, y nuestro mundo es el convulso siglo XXI, donde tantas cosas están en cuestión, como en aquellos tiempos, entre ellas eso que parecía tan sólido como es el capitalismo que, precisamente, se lo están cargando los propios capitalistas, que están llevando a ese sistema de máximo aprovechamiento, especulación y distanciamiento entre pobres y ricos a una convergencia donde la lucha de clases será aún más dura que lo ha sido a lo largo de toda la historia. Ya se atisba quienes serán los nuevos esclavos -los antiguos vienen en patera- y quienes los amos de siempre.
Por eso no es ocioso asomarse a la faceta más importante de Larra, el periodista, el escritor de artículos -costumbristas, políticos, satíricos, literarios- que reflejó con intensidad y, a veces, con genialidad, la realidad de su tiempo, en especial aquella España que salía de la década ominosa -1823-1833- y se sumía en la primera guerra carlista.
Como para tantos autores en la historia de la literatura española, el periodismo fue su soporte fundamental. Ahí están los casos de Blanco White, Ganivet, Galdós, Ortega y Gasset, Unamuno y los de hoy mismo. Hasta muchas de las grandes novelas fueron publicadas, a modo de folletón en los periódicos de la época.
Larra, romántico y racionalista, tendría en la España de hoy un filón inagotable para nutrir no sólo sus artículos políticos o de costumbres, sino su crítica literaria, teatral, que ejerció hasta que a los 28 años, el 13 de febrero de 1837, tras recibir la visita de despedida de su amante Dolores Armijo, decidió quitarse la vida de un pistoletazo, no sólo por el desengaño amoroso -cuestión romántica, por excelencia-, sino porque, como le ocurrió a Ganivet, su mundo no encajaba demasiado con el fabricado por él. Estaba decepcionado con España y no admiraba demasiado, salvo excepciones, a nosotros, los españoles.
A pesar de que su obra es reconocida por su carácter periodístico, Larra abordó, con mediocridad, el teatro, con su drama romántico Macías, o el de la novela histórica con El doncel de Don Enrique el Doliente. Pero donde alcanzó fama, dinero -el periodista mejor pagado de su tiempo- y su puesto en la historia de la literatura española fue como lo que hoy llamaríamos columnista, aunque, naturalmente, la extensión de los artículos de Mariano José necesitaría muchas columnas de un periódico de hoy y no sé si habría alguien capaz de leerlos hasta el final, aunque su estilo estuviese actualizado. De todas formas, fueron los representantes de la Generación del 98 -Azorín, Unamuno, Baroja- los que hicieron justicia a Larra, como adelantado de sus preocupaciones por el ser y el porvenir de España.
Hijo de un médico que sirvió a las órdenes del ejército de Napoleón, finalizada la Guerra de la Independencia tuvo su familia que emigrar a Francia. Regresó a España a los nueve años, se casó pronto y mal y muy joven empezó a consagrarse como periodista.
Sus seudónimos El bachiller Juan Pérez de Mungía, Ramón Arriala, Andrés Niporesas y, especialmente, Fígaro, se hicieron populares. Eran tan incisivos e hipercríticos sus artículos con situaciones, atrasos, defectos, personas -incluida la Corona o los políticos de la época- que lógicamente, aparte de la admiración popular por escribir esas cosas que nadie se atrevía a decir, le granjearon no pocos odios, tan implacables como sus artículos. En realidad, su trayectoria política fue errante, desde su adscripción juvenil a los absolutistas, hasta lograr la conversión de los conservadores al liberalismo. Enemigo de los carlistas, su afrancesamiento por parte de padre -con el que compartió amante, sin saberlo-, su espíritu crítico le hizo difícil de encajar en ningún lado, aunque obtuvo un acta de diputado conservador que nunca llegó a ejercer.
En realidad nadie había calado tan hondo en el retrato de la realidad y de los personajes de su tiempo. Incluso, hoy, cuando leemos algunos textos, sobrepasando el estilo intransferible que tiene cada época, podríamos suscribirlos en su integridad.
Por ejemplo, cuando se pregunta para quién escribe. "¿Cómo contentar a los necios y a los discretos, a los cuerdos y a los locos, a los ignorantes y a los entendidos que han de leerme, y sobre todo a los dichosos y a los desgraciados que con tan distintos ojos suelen ver una misma cosa?" (Artículo El mundo todo es máscaras o todo el año es carnaval).
O cuando dice en Quasi: "Palabras del derecho, palabras del revés, palabras simples, palabras dobles, palabras contrahechas, palabras mudas, palabras elocuentes, palabras monstruos. Es el mundo. Donde veas un hombre, acostúmbrate a no ver más que una palabra. No hay otra cosa."
En el paseo por el cementerio en El Día de Difuntos de 1836, Figaro lee muchos epitafios, algunos de ellos premonitorios. En la tumba de los Ministerios: "Aquí yace media España; murió de la otra media". En el de la cárcel: "Aquí reposa la libertad de pensamiento".
En el de la Bolsa: "Aquí yace el crédito español. Semejante a las pirámides de Egipto, me pregunté: ¿Es posible que se haya erigido este edificio sólo para albergar en él una cosa tan pequeña?". Hasta encuentra en su paseo por el camposanto el sepulcro de su propio corazón: "¡Aquí yace la esperanza!"
Sería interminable un acercamiento a aquel espíritu crítico, ácido, diverso y contradictorio. "Verdad es que hay en España muchos terrenos que producen ricos facciosos con maravillosa fecundidad".
O el mencionado artículo sobre el Carnaval que dura todo el año, con las caretas siempre puestas. Y, sobre todo, aquel famoso sobre la pereza española, instalada en personas o en nuestras administraciones públicas -que perviven en la mayoría de ellas-, donde el "Vuelva usted mañana" es el lema que debería permanecer hoy inscrito en los frontispicios de los Palacios de Justicia, delegaciones de la Seguridad Social, del Gobierno central, autonómico, local… donde si te aceptan, al fin, un papel, la solución o la contestación al mismo puede durar meses o años. Aunque advierte Larra "¡Ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!". Como las promesas, los proyectos, las ilusiones de un grande.
No sé si a Mariano José de Larra, el día de su suicidio, en alguna parte a donde su alma llegara -si hay almas y si llegan a algún lugar-, alguien le diría: "El jefe ha salido a tomar café, o está durmiendo la siesta, o está de baja. Vuelva usted mañana". Se iría probablemente dando un portazo.
Por eso vaga por ahí, encarnado en tantos columnistas de opinión que, en el trayecto, ya han perdido el ingenio, la acidez y el talento del viejo periodista-escritor, pero no su inclinación suicida. No en balde escribir en España -Madrid, dijo Larra- es llorar.
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