Visiones postraumáticas, disparate esotérico

Manuel J. Lombardo

03 de octubre 2008 - 05:00

Hace apenas un mes del trágico accidente aéreo de Barajas y ya tenemos en cartelera la película que alimentará el morbo de los escépticos y el apetito de los amantes de las teorías de la conspiración. No así el ánimo de las familias de las víctimas o de los supervivientes que quieran buscar en la ficción algún consuelo o explicación, ya que cualquier parecido con la realidad es aquí pura y delirante casualidad por obra y gracia de una de esas historias con trampa que optan siempre por el camino efectista antes que por cualquier coordenada realista para desarrollar su argumento.

En una deriva de su carrera hasta cierto punto previsible, Rodrigo García (Márquez) cambia los juegos corales angelinos de espíritu new age de Cosas que diría con sólo mirarla y Nueve vidas por un formato convencional y una narrativa más sencilla y lineal que, ay, esconde su carta en la manga y su metáfora sobre el duelo y el sufrimiento, al parecer sus dos temas favoritos, en una desdibujada y poco intensa estructura de thriller con romance a propósito de un accidente aéreo y la relación de una joven psicóloga (Hathaway) con sus supervivientes. El guión de Ronnie Christensen abandona pronto la dimensión realista de la historia para proponerse como relato de fantasmas con coda conciliadora y espiritual. Si en su arranque la película promete una indagación en el dolor humano y luego una pesquisa detectivesca sobre los entresijos de las compañías aéreas, opciones ambas que hubieran sido bien recibidas visto lo visto, Passengers acaba por convertirse en un pequeño disparate esotérico y paranormal que roza lo risible.

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