Triunfo de lo folletinesco
Obviamente, folletinesco viene de folletín, de literatura popular, de aventuras y enigmas por entregas, y no de la abultada sombra de Ken Follett. Según dijo The New York Times, la escritura de Zafón es "como si García Márquez, Umberto Eco y Jorge Luis Borges se fundieran en un maravilloso y desbordante espectáculo". A nuestro juicio, sin embargo, el ignorado comentarista yerra por dos motivos (aparte la desmesurada ponderación y la singular mezcla de autores): no hay ningún vínculo directo entre la obra de Zafón y la de los tres escritores mencionados; ni existe una teogonía de lo verde como en Márquez; ni se da la malvada mistificación de Eco; ni está la escogida erudición y el frío descreimiento del porteño. El éxito de Zafón, y este es el segundo motivo, está en su inmediata filiación a los seriales por entregas, a los misterios góticos que atronaron el XIX occidental, sumando al exotismo la truculencia, y todo ello bajo el vago manto de lo sobrenatural, como sinónimo de lo terrible.
Abusando de la paradoja, lo novedoso en las novelas de Zafón es que no hay nada novedoso. La insólita novedad de Dan Brown, haciendo olvido de su abigarrada ignorancia de la sintaxis, fue el cruel expolio de las revistas de divulgación científica. Si a El Código Da Vinci le suprimimos el dilatado pormenor de rotores, poleas y circuitos integrados, la trama novelesca cabe holgadamente en una servilleta. Por contra, Carlos Ruiz Zafón es el nieto posmoderno de aquellos galeotes de la escritura (como el protagonista de este El juego del ángel), que dilapidaron su talento y su salud en el altar del folletín periodístico. Es decir, haciendo puntual entrega de unos hechos misteriosos, cuyo misterio radicaba en un Mal sugerente, en un secreto arcano, en un parvo erotismo que dudaba entre la hurí de tradición oriental y la mujer fatal con labios color sangre. Felipe Trigo u Hoyos y Vinent, aquí en España, fueron notables autores de estos pastiches galantes. No obstante, la tradición que reivindica Ruiz Zafón es aquella que viene de Francia y el orbe anglosajón: Le Fanu, Stoker, Charles Dickens, Jean Lorrain o Wilkie Collins. A lo cual se le añade otra singularidad muy de la época (al XIX, me refiero): la ciudad como protagonista, como ente autónomo y espíritu maléfico/benéfico que dirige los pasos de una muchedumbre nocturna. Se trataría, una vez más, de "el hombre de la multitud" de Baudelaire y Poe, sólo que traspasado a la Barcelona de entreguerras.
Quizá, este sea uno de los hallazgos más notables de Ruiz Zafón: la invención de una Barcelona sombría, industriosa, modernista y secreta, por la que tal vez circula la sombra errante del anarquismo. De sobras conocemos la Barcelona de Juan Marsé y del admirable Carvalho de Vázquez Montalbán. Sin embargo, ésta de Zafón ha encontrado una evidente correspondencia: escenificar el misterio, el crimen, la presencia del Mal, en un escenario misterioso. ¿Son estos motivos suficientes para explicar el éxito de Ruiz Zafón? Probablemente no. No obstante, sí es cierto que la estructura del folletín, aquel sincopado sucederse de aventuras y crímenes hasta un final disparatado y pavoroso, trasmite una urgencia al lector a la que es difícil sustraerse. Ya digo que, incluso Brown, con el viejo ardid de los enigmas aplazados hasta el próximo capítulo, suscitaba una tensión en el público lector que le llevó a la cima de los más vendidos. Hay que decir, no obstante, que Ruiz Zafón sí es un escritor; y más concretamente, un voluntario epígono de aquella literatura juvenil que iluminó los ya lejanos días de nuestra infancia. El juego del ángel es, pues, un rendido homenaje, tanto en el tema como en la forma, a aquel modo de escribir menesteroso y urgentísimo donde se foguearon los grandes escritores de entresiglos. Bajo la acción enérgica y los salones galantes, alentaba la fiebre de un galeote insomne.
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