Terremoto: el último adiós

El disco póstumo del cantaor, que cuenta con la producción de Gecko Turner, es el más personal y mejor de los suyos

La vida y la muerte son la materia prima de la que está hecho el flamenco. Por supuesto, son los materiales con los que se construye este edificio, el tercer disco, póstumo, de Fernando Terremoto. Todavía queda un resquicio de vida: como cantaba Terremoto (Fernando Fernández Pantoja, Jerez de la Frontera, 1969-2010) por seguiriyas nadie cantará en la vida. Tenso e íntimo, roto y aterciopelado. Cada vez que alguien deja de mirarnos morimos un poco. Todos los adioses anuncian un último adiós. El grito civilizado, la rabia hecha dulce. La malagueña restallante, la máxima estilización melódica, melismática, de este arte. Un diálogo de caballeros, Terremoto-Higuero-Ortiz Nuevo-El Mellizo, sobre el inexorable caminar de las agujas del reloj: un llanto desconsolado, sí, pero también civilizado por la estilización melódica. La adustez tonal de las tonás se presenta pespunteada por la polifonía africana de la guineana, asentada en Madrid, Piruchi Apo, antigua componente del dúo Hijas del Sol. La luz la pone la guitarra de Alfredo Lagos, en Cortinitas de humo por serranas, en donde aparecen también los pies de Israel Galván, y en donde el cantaor, además de poner su voz redonda y su entrega, sigue ampliando el repertorio lírico jondo. Serranas muy rítmicas, bailables. Es el único tema en que la mano del productor resulta algo visible, en las resonancias vocales y en la percusión. Las guitarras, Lagos y Manuel Valencia, consiguen el prodigio de ser frenéticas y dulces al mismo tiempo.

La soleá por bulería es un grito de guerra en Jerez, que Terremoto hace de forma tan bravía como desconsolada. Fórmulas melódicas tradicionales para nuevas letras, firmadas por el propio cantaor. La guitarra íntima, naif, es de la tradición Parrilla, una de la escuelas más paradigmáticas del toque de la ciudad del fino, en este caso en las manos de Manuel.

Dos canciones con estribillos de dos guitarristas, Nadie lo sepa del Bolita y Canastera de Paco de Lucía. También por fandangos, como Canastera, una composición de Fernando Terremoto, 24 de agosto. Y cuatro descargas por bulerías, que estamos en Jerez. Tangos porteños de Santos Discépolo, Cambalache, y Pasajeros del tiempo del Bolita son dos canciones en la antípoda, la indignación y la celebración. También Luz en los balcones nos descubre un Terremoto nuevo, muy solvente en el bolero por bulerías, en este caso incluso como compositor. El cierre, lógicamente, por bulerías de la tierra, con Moraíto. Otras guitarras incluidas en este disco son las de El Bolita y Diego del Morao.

La producción corre a cargo del extremeño Gecko Turner, seudónimo de Fernando Gabriel Echave (Badajoz, 1966) que, con buen criterio, se ha limitado a limar al máximo el trabajo, ofreciendo el contenido flamenco, la voz del cantaor, lo más desnuda posible.

Fernando Terremoto ha sido y es uno de los artistas fundamentales del flamenco contemporáneo. Bajo la sombra artística de su ilustre y homónimo progenitor, uno de los grandes nombres del flamenco jerezano, Terremoto ha continuado la tradición cantaora familiar con aportaciones personales, como demuestra esta entrega, sin duda la más personal y mejor de su autor, que firmó en 1989 La herencia de la sangre (Dro) y en 1997 Cosa natural (Audivis), ambos con la guitarra de Moraíto.

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