Cultura

Taciturno, infantil, místico Andrei

Tarkovski en el exilio y bajo la influencia de la muerte. De ahí nace Nostalgia, de no estar a gusto en ningún sitio (ni en la patria ni en la colorista Italia que le enseñaba Tonino Guerra), y de pensar con fuerzas renovadas en la ineludible desaparición (Anatoli Solonitsyn, su Andrei Rublyov, moría, como después el propio cineasta, antes de tiempo). Nostalgia, antesala de la definitiva Sacrificio, es un filme oscuro, áspero y triste, donde Tarkovski no dudó en ponerse en escena (a través de un explícito alter ego, el escritor ruso que sigue las huellas del compatriota músico que viajara a Italia en el siglo XIX ) como un ser humano escindido y desesperado. Siempre había sido lo mismo desde que filmara los sueños de un niño esquizofrénico bajo el signo de la guerra en La infancia de Iván: enfrentarse a la ansiedad causada por la fuga de la espiritualidad; ésa que deja baldíos a tierra y humanos, ésa que deja al cineasta filmando los restos del naufragio mientras anhela (y ensaya ad nauseam) el ritual que debiera aproximar a las huellas a la solidez del símbolo. Y en Nostalgia -también más tarde en Sacrificio-, el rito pasa por un personaje al margen de la cordura, quien no muy lejos de la obsesión compulsiva se desprende de lo más íntimo (aquí de la propia vida, más tarde de la dacha, símbolo intemporal de la Rusia lejana) en pos de la salvación de todos los humanos. El loco tarkovskiano encontró encarnación en el veterano Erland Josephson, cuya presencia invocaba los fantasmas de otro autor esencial de la vieja Europa, Bergman, mucho más pesimista y tajante que Tarkovski (con el sueco, el angustiado terminaba en un suicidio donde no cabía el Otro, pensemos por ejemplo en Los comulgantes), lo que no quita que el desenlace de la obra del ruso sea, en nuestra opinión, más agónico que otra cosa. No hay que olvidar que, tanto el caso de Nostalgia, donde el escritor lleva a cabo in extremis el prometido ritual de atravesar la piscina con una vela encendida, como la secuencia del incendio de Sacrificio, son dos de los escasos momentos cómicos de un autor al que siempre se le ha leído desde una muy seria veneración -y no hay más que ver alguno de los muchos documentales (dos en esta edición) que desmienten su imagen de romántico embebido, cambiándola por la de fibroso y bromista intelectual-. Son finales de cómica desesperación (puro slapstick el de Sacrificio), que subrayan lo obligatoriamente frágil de nuestras esperanzas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios