Crítica de Música

Silencio, una guitarra habla

Pat Matheny y Linda Oh, en el concierto del pasado jueves.

Pat Matheny y Linda Oh, en el concierto del pasado jueves. / juan ayala

Silencio, que se escapa una nota de una guitarra que habla en un idioma que no sólo en el olimpo de las seis cuerdas entienden, la de uno de los grandes genios del jazz de todos los tiempos, Pat Metheny. Es imperdonable, un pecado mortal, un sacrilegio musicalmente hablando despistarse, por ejemplo, con el móvil en el Teatro de la Axerquía intentando capturar imágenes para la posteridad de su concierto mientras el estadounidense hace sonar una de esas sus guitars "en la cuna de la guitarra", como él llama a Córdoba, volviendo a demostrar por enésima vez -y que Dios permita que sean muchas más- que forma parte de lo más grande de ese género que cada vez está más reservado a un tipo de bendito sibaritismo alejado de lo que es política y musicalmente correcto. Me atrevería a decir, y creo que no exagero ni un ápice, que del olimpo de la música en general.

Y es que no vengo a descubrir nada nuevo yo que musicalmente no soy digno de desatarle las sandalias; Pat Metheny es muchísimo más -lo subrayo para aquellos no iniciados en su obra- que aquel desconocido para la música más popular que dio a luz aquel This is not America que hizo popular el inmortal David Bowie. Metheny es uno de esos pocos guitarristas que hoy pueden presumir no sólo de tener señas de identidad inconfundibles, sino también de demostrar a su selecto público -porque por desgracia cada vez hay menos personal adicto a la buena música, a la música de verdad, a la música con mayúsculas- que es capaz de que su guitarra converse literalmente hasta el infinito y más allá con un contrabajo y un bajo -en este caso los de Linda Oh-, con un piano y unos teclados -los de Gwilym Simcock- y con una batería -la de Antonio Sánchez-, en un show muy especial en el que el talento del maestro y el de sus aventajados discípulos son más que sobresalientes. An evening with Pat Metheny -una noche con Pat Metheny-, su show en el 38 Festival de la Guitarra, ha vuelto a ser ejemplo de que no hay más remedio que rendirse ante quien está tocado por la mano de unos dioses que fueron tan buenos con la humanidad que tuvieron a bien dárnoslo para la música.

Yo, que siempre he sido más bien poco del estilo musical que practica soberbiamente Metheny -he de reconocerlo, soy un neófito en la materia- recuerdo cuando mi adorado Sting le dio un giro a su carrera tras reinventarse después de disolver The Police y tras aquel The dream of a blue turtles, su primer álbum en solitario, grabó aquel Bring on the night, un disco en directo por el que le cayeron críticas a lo bestia por teñir su música de sonidos como el que predica como un sacerdote del género el de Missouri. Un pseudocrítico musical llegó a titular un artículo dirigido a esa vuelta de tuerca de Sting con un categórico Jazz está bien. Pobre diablo, ese pseudo crítico musical pocos conciertos debió ver de jazz y, sobre todo, pocos conciertos seguro que disfrutó de Pat Metheny, un mesías de la música en mayúsculas, un talento inclasificable para paladares exquisitos y que, por desgracia, como otros muchos como él, no llegan al gran público. Pero qué más da, no está hecha la miel para la boca del asno. Y esa miel en la Axerquía la puso el pasado jueves un sobresaliente hasta el infinito y más allá músico que, como su banda, hizo hablar a sus instrumentos, literalmente.

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