"Siempre sé adónde voy cuando me pongo a escribir"
alexis ravelo. escritor
El canario conjuga lo fantástico y lo intimista en 'La otra vida de Ned Blackbird', novela publicada por Siruela
Un profesor de Filosofía, una ciudad nueva, un piso alquilado, una máquina de escribir. Lo cotidiano enfrentado a lo extraordinario, la realidad a la ficción, la vida a la literatura. Divertida e inquietante, La otra vida de Ned Blackbird es la nueva novela de Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971), publicada por la editorial Siruela.
-¿Cómo se le ocurre esta historia?
-Yo empecé escribiendo cuento fantástico; cuando comencé a escribir, de chavalín, me interesaban Cortázar y Borges. Pero lo que tuvo éxito fueron mis novelas. Publiqué tres volúmenes de relatos pero el éxito llegó con las novelas negras. Tal y como yo lo entiendo, la novela negra tiene un límite que no se puede saltar: el del realismo. Y en mi caso, además, el realismo social. De alguna manera esta novela me sirvió para oxigenarme de esa necesidad de realismo que reclamaban las anteriores. Es una novela además muy metida en mi universo como lector. Las novelas no salen de una sola idea sino de un montón de ideas que se van cruzando. En este caso, fue el conocimiento personal de una autora canaria, María Dolores de la Fe, que en su infancia fue amiga de Carmen Laforet, madre de familia y que en el franquismo fue cultivándose como pudo, aunque no tuvo acceso a la Universidad. Se hizo escritora y fue periodista. Cuando la conocí en persona pensé en aquellas mujeres que no pudieron tener el mismo predicamento público que los hombres en aquella época. Para una mujer era muy difícil ser escritora en aquellos tiempos. Por otra parte, influyeron algunas reflexiones sobre escritores clandestinos como Silver Kane, del que luego descubrimos que era Francisco González Ledesma; tenía la impresión de que había que reivindicar a esos escritores artesanos que escriben en voz baja y que muchas veces tienen muchísimo más talento del que se les permite demostrar. Hay también en la obra algunas preocupaciones que tienen que ver con la epistemología y la ontología. Yo soy ateo pero vivo en un mundo de creyentes y me paso la vida preguntándome por la existencia de Dios y hasta qué punto podemos tener conocimiento cierto acerca de nuestra realidad. Los saberes positivos siempre dejan una zona de sombra a la que solo se llega mediante la poesía o mediante la literatura. Ya lo dijo Heidegger acerca de la poesía de Hölderlin. Yo trabajo un poco en esa línea. Luego hubo más cosas que se fueron añadiendo al argumento.
-Hay entonces una recuperación de claves y códigos de sus inicios como escritor...
-Sí, hay aquí una concepción de la literatura como territorio absolutamente libre, no sujeto a paradigma formal alguno, que cuando escribo novela negra no tengo. Porque la novela negra es un género y, aunque luego lo violes, tienes que ser fiel a un estereotipo, por lo menos en principio. En el cuento literario siempre he tenido una actitud absolutamente libre en cuanto a argumentos y tratamientos, he podido ensayar diferentes fórmulas. Y de alguna manera esta novela me la planteé así; además, en el momento en que la escribí, en 2011, no creí posible que se pudiera publicar. Me sentí absolutamente libre para trabajar en temas y preocupaciones que incluso eran muy íntimas, sin tener en cuenta que fueran a un lector determinado. En esta novela escribía para un lector que no tenía rostro.
-¿Tenía totalmente definidos los personajes y la historia antes de empezar a escribir?
-Siempre sé adónde voy cuando me pongo a escribir, no soy un escritor de brújula; establecí un mapa y sabía adónde iba. Sí es cierto que por el camino, en el proceso de escritura, me di cuenta de que había cosas que funcionaban y otras que no. Tenía claro cuál era el argumento, qué pasaba, cómo era la resolución del enigma. Algún lector me ha comentado que del argumento de esta novela no se puede hablar tanto como de los de mis novelas negras, porque tiene más intriga, más enigmas, más giros argumentales. Sabía cuáles son las preguntas que quería que se hiciera el lector, porque son las que me hago yo, pero lo que no tengo es la respuesta a esas preguntas.
-La novela tiene un componente grande de juego (meta)literario.
-Sí, me gustaría pensar que se puede leer en diferentes niveles, que un lector medio puede disfrutarla por lo que tiene de intriga y también puede hacerlo un lector experto, cómplice, que ha frecuentado o conoce a algunos de los autores a los que se hacen guiños a lo largo del libro. Me ha quedado un libro lleno de guiños, parece una película de Tarantino...
-Hay un trasvase permanente entre lo racional y lo fantástico...
-Sí, digamos que habla de lo real maravilloso, esa magia de lo cotidiano. Me gusta pasear como lector por ese territorio. Muchas veces una buena alegoría fantástica explica mejor la realidad, es mucho más eficiente, que un texto que intenta ser realista, como demostró Kafka.
-¿Suscribe el pensamiento de Sándor Márai de que no hay una manera de actuar que no sea equivocándose?
-Plenamente. Yo soy un pesimista de esos que se ríen mucho, soy como las hienas, que se aparean una vez al año, comen carroña y nadie sabe de qué se ríen... A Márai siempre le faltó el sentido del humor, aunque era un escritor fantástico; esa frase la escribe poco después de la muerte de su mujer y poco antes de suicidarse. Como decía Albert Camus en El mito de Sísifo, somos como él, todo el rato subiendo una piedra por una pendiente... La vida es repetición y es absurdamente absurda, pero hay que imaginarse a Sísifo feliz en su tarea. Nos equivocamos mucho; al final lo que hay que hacer es averiguar cuáles son tus errores y hasta disfrutar de ellos.
-¿Hacia dónde va su literatura?
-Estoy trabajando en varias cosas, siempre tengo varios proyectos abiertos. Hay una novela negra pendiente y estoy trabajando también en una novela que cuenta un episodio muy desconocido de la Guerra Civil ocurrido en la isla de La Palma. En los primeros días de la guerra, durante una semana, esta isla se mantuvo fiel a la República. Cuando llegaron los refuerzos nacionales, los milicianos que habían defendido el orden constitucional subieron al monte y estuvieron escondidos bastante tiempo: pensaban que era una sanjurjada más y que el golpe fracasaría en unos días. Esperaban la llegada de refuerzos pero los fueron cazando.
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