Sergio Larraín o el arte como fotografía
El Centro José Guerrero de Granada acoge una magnífica exposición del chileno, un artista que abandonó la selecta agencia Magnum para dedicarse a su obra en silencio y por su cuenta
Con apenas 28 años, Sergio Larraín ingresó en la agencia Magnum, la cooperativa fundada por Robert Capa y Henri Cartier-Bresson, entre otros, para garantizar la independencia del fotoperiodismo. Entró por la puerta grande, invitado por Cartier-Bresson, que conocía y valoraba los trabajos que Larraín venía haciendo desde siete años antes. Su ejecutoria en la agencia fue rápida y comprometida: duras imágenes de la represión militar francesa en Argelia, fotos de la boda del Sha de Persia con Farah Diba (originales por centrarse sólo en la novia) y un arriesgado trabajo sobre la mafia: logra la confianza de ciertos capos que le permiten fotografiarlos. Pero los éxitos no lo ciegan y en 1963 Larraín deja Magnum. Cree que los dispositivos que encauzan su trabajo a la vez lo degradan: el mercado deforma la imagen y las exigencias informativas la privan de autenticidad.
El mismo año que deja la agencia, 1963, publica su primer libro. Fotos muy seleccionadas (sólo 17) y un texto, también breve, que resume sus ideas. El título del libro, El rectángulo en la mano, sintetiza sus criterios: de un lado, la atención al rigor geométrico de la imagen y de otro la atención al acontecimiento que, en apariencia vulgar, alcanza sin embargo valor poético. Larraín cuida la geometría: respeta el encuadre rectangular y presta atención a la simetría y la sección áurea. Pero esa ordenación apenas la advierte la mirada encandilada por el vigor de sus imágenes.
Así ocurre en una foto tomada en Buenos Aires, en 1957: unos pies corren para coger un tren que se escapa. La imagen (portada del catálogo de la muestra del IVAM en 1999) se organiza en torno al pie apoyado en el suelo: ocupa el eje de simetría pero tal exactitud no oscurece el impulso del viajero. Es la imagen de un tiempo rescatado, como las que hace en Machu Picchu afirman la dura materia del granito. También explora alternativas del espacio, relegando las figuras a los márgenes de la foto (como hizo Degas en Place de la Concorde), sea en pueblos olvidados (Calle principal de Corleone, 1959) o en metrópolis (Hyde Park, 1959). Pero la corrección formal no da plena cuenta del trabajo de Larraín que, buscando sin cesar el gozne entre percepción, afecto e idea, aspira a que sus fotos produzcan la iluminación propia del satori.
Larraín nació en Santiago de Chile en 1931. La biblioteca de su padre (brillante arquitecto) incluye revistas de arte moderno, fotografía y cine, pero Sergio prefiere la poesía y la literatura. Sólo en 1949, mientras cursa ingeniería en Berkeley, compra a plazos una Leica. Poco después, deja la universidad, vuelve a Chile e inicia largos viajes fotográficos. En Valparaíso, la imagen de dos niñas (1952), formando un inquietante juego de dobles, marca el punto de partida de su peculiar poética. Más al sur, en las islas Chiloé, otra imagen, dos enamorados en un barco (1957), pone tierra bajo sus pies: la envía con otras fotos al MOMA y Steichen, entonces responsable de la sección de fotografía, las compra.
Hay viajes a lugares físicamente cercanos pero muy alejados socialmente: los emprende para fotografiar a los chicos de la calle que viven en torno a un río, el Mapocho, vertedero de la ciudad de Santiago. Las fotos componen la primera parte de esta muestra junto con un breve y excelente filme. Lo más destacado, el respeto del fotógrafo: los niños no son un fenómeno social ni justificación de una denuncia, sino individuos con mirada, actitud y vida propias.
Tras abandonar Magnum, regresa a Chile y vuelve al sur, esta vez con Neruda que prologará su libro sobre Valparaíso. En esta ciudad portuaria frecuenta el bar Los Siete Espejos (a ratos, salón de baile y a ratos, burdel). Las fotos del local revelan su admiración por Brasaï y Doisneau. En Santiago funda una cooperativa de profesionales de la comunicación, el diseño y la imagen. La dictadura militar la cerró y amenazó la propia vida de Larraín. Tanto este riesgo como su entusiasmo por la cultura y la sabiduría orientales lo impulsan a recluirse, en 1978, en una aldea, Tulahén. En ese retiro pinta, escribe, experimenta con la fotografía, dirige cartas (a veces colectivas) a sus amigos, promueve talleres de yoga y no rechaza asesorar a jóvenes autores. Se niega a realizar exposiciones: sólo autoriza la retrospectiva de Valencia, ya citada.
Mientras estuvo en Magnum cedía fotos a la agencia para que las conservara sin publicarlas. Al dejar la organización, mantuvo la costumbre, ampliándola a textos y dibujos. Ese material cuidadosamente conservado por Agnès Sire, directora artística de Magnum y después de la Fundación Cartier-Bresson, ha hecho posible esta muestra y su catálogo, a los tres años del fallecimiento de este singular artista.
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